
Publicado: abril 24, 2025
En medio de la solemnidad del Vaticano, donde todo se mide al milímetro y las emociones parecen contenerse por el protocolo, una escena rompió el guion y tocó el corazón del mundo: una pequeña monja, de rostro sereno y ojos inundados de lágrimas, se quedó junto al féretro del Papa Francisco y lloró en silencio, como quien despide a un verdadero amigo.
Se trata de sor Geneviève Jeanningros, una religiosa de 81 años perteneciente a la orden de las Hermanitas de Jesús. Su nombre quizás no diga mucho a primera vista, pero su historia está profundamente ligada a la del papa argentino, con quien compartió más que encuentros formales: compartió luchas, causas y afecto genuino.
Más que una simple monja, sor Geneviève es una figura clave en las acciones sociales que marcaron el pontificado de Francisco. Durante más de medio siglo, ha dedicado su vida a acompañar a feriantes, trabajadoras sexuales y personas trans en las periferias de Roma. Ella fue quien acercó al Papa a estos grupos, y quien logró que los viera no como cifras o casos, sino como personas con dignidad.
Cada miércoles, la hermana llegaba al Vaticano con pequeños grupos de estos sectores marginados. Algunas de esas mujeres eran migrantes sudamericanas, muchas sobrevivían en condiciones durísimas. Francisco las acogía. Las escuchaba. Les ofrecía oración y consuelo. A una de ellas incluso la mataron poco después de ese encuentro. La monja volvió con la foto de ese día. El Papa la tomó y rezó.
Durante la pandemia, cuando todo estaba paralizado, Jeanningros tocó la puerta del cardenal limosnero Konrad Krajewski para llevar ayuda a quienes vivían del comercio informal y la prostitución, y ya no tenían ni para comer. Fue incansable, como siempre.
Francisco la llamaba, con cariño y un guiño cómplice, la “enfant terrible” del Vaticano. Tal vez porque no temía incomodar a los poderosos ni saltarse normas si era para defender a los olvidados.
Y fue esa misma osadía la que la llevó a despedirse del Papa como lo haría una hermana. Ni las cámaras, ni la seguridad, ni el peso del protocolo pudieron apartarla de ese último adiós.
Sor Geneviève es también sobrina de Léonie Duquet, una de las monjas francesas desaparecidas durante la última dictadura argentina, lo cual suma una capa más de dolor y de lucha a su testimonio de vida.
Aquel 31 de julio del 2024, esta misma mujer logró algo inédito: que Francisco visitara un parque de diversiones en Ostia para compartir con los feriantes. Fue una tarde sencilla, pero cargada de simbolismo. Como todo lo que esta monjita ha logrado con su vida.
Ahora, en su despedida, sor Geneviève no necesitó palabras. Su silencio, su llanto, y su presencia fueron el homenaje más humano, más cristiano y más poderoso que pudo recibir el Papa Francisco.
Un adiós sin discursos. Solo el corazón.