El congelamiento del gasto en ayuda exterior decretado por el presidente estadounidense Donald Trump supone un importante reto para la comunidad internacional, y muchos expertos advierten que las enfermedades se dispararán. En momentos de incertidumbre sobre el papel futuro del mayor donante del mundo, el Fondo Mundial se erige como un faro de esperanza. Desde principios del milenio, esta organización multilateral con sede en Ginebra lucha contra una de las plagas más antiguas de la humanidad, las enfermedades infecciosas, y más concretamente contra las tres grandes asesinas: la malaria, el VIH y la tuberculosis. A través del financiamiento específico y estrategias innovadoras, el Fondo Mundial ha logrado importantes avances en la lucha contra la malaria y el VIH. Ahora ha llegado el momento de centrarse más en la tuberculosis.
Casi un tercio de las asignaciones del Fondo Mundial para 2023-2025 se han destinado a la lucha contra la malaria, por un importe de unos 4.17 mil millones de dólares. Estos fondos han apoyado la distribución a gran escala de mosquiteros tratados con insecticida y pruebas de diagnóstico rápido, reduciendo drásticamente las tasas de transmisión. Países como Ruanda y Zambia han registrado notables descensos en los casos de malaria y las muertes por esta enfermedad.
Para el VIH, el Fondo Mundial destina 6.48 mil millones de dólares, lo que supone casi la mitad de sus asignaciones. En la última década, el Fondo ha facilitado el acceso a la terapia antirretroviral (TAR) a millones de personas, ayudando a transformar el VIH de una enfermedad mortal en una afección crónica manejable. Al promover la educación y la prevención, especialmente en las comunidades vulnerables, el Fondo Mundial ha capacitado a las personas para que tomen el control de su salud.
Juntos, estos esfuerzos han salvado innumerables vidas y han hecho avanzar en la seguridad sanitaria mundial. Pero ha llegado el momento de reconsiderar la situación. La prevención y el control de la tuberculosis han recibido 2.4 mil millones de dólares, es decir, sólo el 18% del presupuesto de asignaciones del Fondo Mundial, y han recibido menos que el VIH o la malaria en todos los años desde que se creó la organización.
Pero la tuberculosis mata ahora a más personas que el VIH y la malaria juntos. Es, por mucho, la enfermedad infecciosa que más muertes causa en el mundo. La malaria y el VIH no sólo reciben muchos más recursos del Fondo Mundial que la tuberculosis, sino que también reciben mucha más publicidad y cobertura mediática en todo el mundo. En comparación, la tuberculosis es una enfermedad desatendida, olvidada y a menudo ignorada.
Para entender por qué, tenemos que echar un vistazo a la historia de la tuberculosis. Hoy en día, para los habitantes del mundo rico, la enfermedad es poco más que un vago recuerdo de una época pasada. Pero en aquel entonces, la tuberculosis era espantosa. En el siglo XIX provocó un tsunami de muerte, matando a una de cada cuatro personas en Europa y Estados Unidos. Durante la mayor parte del siglo XIX, la tasa de mortalidad por tuberculosis en la ciudad de Nueva York era superior a la tasa total de mortalidad actual. A lo largo del siglo XIX, la tuberculosis causó muchas más muertes que la reciente pandemia mundial de Covid, incluso en su peor año. En los dos últimos siglos, la tuberculosis ha matado probablemente a mil millones de personas.
Sin embargo, casi como por arte de magia, la tuberculosis ha desaparecido en el mundo rico. Los antibióticos y una vacuna infantil, combinados con un mejor nivel de vida, medidas rudimentarias de salud pública y los consiguientes avances en el tratamiento, hacen que la enfermedad se haya erradicado en gran medida en los países más ricos.
Pero, sobre todo, la tuberculosis ha perdido la atención del mundo rico. No así la mitad más pobre del mundo, donde la tuberculosis sigue cobrándose casi 1.3 millones de vidas al año. A modo de comparación, esta cifra es superior a la suma de las muertes por VIH/SIDA (630,000) y malaria (619,000).
Desde hace más de medio siglo sabemos cómo curar la tuberculosis. Sin embargo, persiste y mata a un número récord de personas en la parte más pobre del mundo. Mata sobre todo a adultos en su plenitud, dejando a los niños sin padres.
La tuberculosis se ha convertido en una enfermedad de la pobreza. Se propaga cuando las personas viven hacinadas y no pueden disponer de espacio, y prospera entre las poblaciones que no pueden permitirse la atención sanitaria y los servicios básicos. Los más vulnerables, que viven en barrios marginales, zonas de emigrantes, ciudades mineras y prisiones, son también los que menos voz tienen. La tuberculosis ha pasado de poner en peligro la vida de todos a matar sólo a aquellos por los que nadie se preocupa lo suficiente.
Éste no debería ser el camino. Sabemos cómo derrotar a la enfermedad. Sorprendentemente, se requieren pocos recursos. Los estudios realizados para el Grupo de Reflexión del Copenhagen Consensus muestran que un gasto adicional de 6.2 mil millones de dólares anuales podría salvar alrededor de un millón de vidas al año en las próximas décadas, lo que la convierte en una de las mejores políticas de desarrollo posibles.
Este gasto permitiría un diagnóstico mucho más amplio para acabar con las infecciones posteriores y garantizar que la mayoría de los pacientes con tuberculosis sigan tomando la medicación, reduciendo las muertes en un 90% para 2030. Los beneficios, incluida la reducción de muertes y enfermedades, superan los costos sanitarios y de tiempo en una proporción de 46 a 1.
El Fondo Mundial se encuentra en mitad de su ciclo de tres años de reabastecimiento, momento en el que pide al mundo más recursos. El mundo tiene que ser generoso porque el Fondo Mundial ha demostrado que es una de las mejores formas de obtener beneficios.
Por su parte, el Fondo Mundial -al igual que los demás organismos globales de desarrollo- necesita enfocarse en la enfermedad que más vidas se está cobrando, aquella donde la inversión puede proporcionar una rentabilidad asombrosa: la tuberculosis.
El Dr. Aaron Motsoaledi es Ministro de Salud de Sudáfrica. El Dr. Bjorn Lomborg es presidente del Copenhagen Consensus.
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