En un mundo donde la violencia y la militarización parecen ser la norma, Costa Rica se erige como un faro de esperanza al haber abolido su ejército en 1949. Sin embargo, en un momento en que la seguridad y la paz son constantemente cuestionadas, es fundamental reflexionar sobre el significado de esta abolición y lo que representa para nuestra identidad como sociedad. Como mujer, como ciudadana y como parte de una comunidad que anhela un futuro más justo, me pregunto: ¿qué vamos a hacer como sociedad para defender y potenciar este legado?
La abolición del ejército en Costa Rica no fue simplemente una decisión política; fue un acto de valentía y una declaración de principios. En un contexto en el que muchos países de América Latina aún luchan con la sombra del militarismo, nuestra nación optó por priorizar la educación, la salud y el bienestar social por encima de la defensa armada. Este camino ha permitido que Costa Rica se convierta en un ejemplo de desarrollo humano y paz, pero hoy, esa paz se siente amenazada.
La creciente violencia en nuestras calles, el narcotráfico y el crimen organizado son realidades que no podemos ignorar. Sin embargo, la respuesta no debe ser la militarización de nuestras instituciones. La historia nos ha enseñado que el uso de la fuerza no resuelve problemas estructurales; al contrario, puede perpetuar ciclos de violencia y desigualdad. Como mujer, me preocupa que la solución fácil a los problemas complejos sea la que se imponga en el debate público. La militarización no solo es un retroceso en términos de derechos humanos, sino que también ignora las voces de quienes más sufren las consecuencias de la violencia: las mujeres, los niños y las comunidades vulnerables.
Es hora de que, como sociedad, nos cuestionemos profundamente el camino que estamos tomando. ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestros valores en nombre de una seguridad que, al final del día, podría ser ilusoria? La verdadera seguridad no se encuentra en la fuerza militar, sino en la construcción de comunidades resilientes, en la educación de nuestras niñas y niños, y en la promoción de la igualdad de género. Las mujeres, que a menudo son las primeras en enfrentar la violencia, deben ser parte activa de la solución, no solo como víctimas, sino como líderes en la construcción de un futuro más pacífico.
La abolición del ejército es un legado que debemos cuidar y fortalecer. No podemos permitir que el miedo y la desesperanza nos lleven a renunciar a nuestros principios. La pregunta que debemos hacernos no es si debemos reinstaurar el ejército, sino cómo podemos redoblar esfuerzos para garantizar un Costa Rica donde la paz sea el pilar fundamental de nuestra sociedad. ¿Qué vamos a hacer como sociedad para defender este legado? La respuesta radica en nuestra capacidad de unirnos, de escuchar y de actuar en conjunto, priorizando siempre la vida, la educación y la justicia social.
Es momento de que las voces de las mujeres, de los jóvenes y de aquellos que han sido históricamente marginados se levanten. La lucha por la paz no es solo una cuestión de política, es un compromiso ético y moral que debemos asumir con valentía. La abolición del ejército no es un mero capítulo en nuestra historia; es un llamado a seguir construyendo un país donde la paz y la justicia sean accesibles para todas y todos. La historia de Costa Rica está en nuestras manos, y depende de nosotros decidir qué legado queremos dejar a las futuras generaciones.
Gracias a quienes valientemente abolieron nuestro ejército
En un mundo donde la militarización y la violencia parecen ser la norma en muchas naciones, es fundamental detenernos a reflexionar y agradecer a quienes, con valentía y visión, decidieron abolir el ejército en Costa Rica en 1949. Este acto no solo fue un hito político, sino un profundo compromiso con la paz, la educación y el desarrollo humano, que ha definido nuestra identidad como nación.
Agradecemos a aquellos líderes y visionarios que, en un contexto de posguerra y polarización, entendieron que la verdadera seguridad no se encuentra en las armas, sino en la construcción de una sociedad justa y equitativa. Su decisión de disolver las fuerzas armadas fue un acto de coraje que sentó las bases para un modelo de desarrollo centrado en la educación y el bienestar social. Gracias a ellos, Costa Rica se ha convertido en un referente de paz en la región y en el mundo.
Este legado, esta lucha por mantener y fortalecer la abolición del ejército es una responsabilidad que recae sobre todos nosotros.
Como sociedad, debemos recordar que la paz no es solo la ausencia de guerra, sino un estado activo que requiere de nuestro compromiso diario. Debemos seguir trabajando para garantizar que los valores de justicia, igualdad y respeto por los derechos humanos prevalezcan en cada rincón de nuestro país.
Así que, en este momento de reflexión, agradezcamos a quienes valientemente abolieron nuestro ejército, pero también comprometámonos a ser guardianes de este legado. La historia de Costa Rica está llena de luchas y triunfos, y está en nuestras manos decidir qué camino queremos seguir. La paz es un esfuerzo colectivo, y cada uno de nosotros tiene un papel que desempeñar en la construcción de un futuro donde la seguridad y el bienestar de todas y todos sean una realidad. ¿Qué vamos a hacer como sociedad para honrar ese legado y seguir construyendo un país de paz? La respuesta está en nuestras acciones y en nuestra voluntad de seguir adelante.
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