Aquel director del nuevo centro educativo quiso darles un buen consejo a sus jóvenes pupilos: “cuando un padre de familia venga a pedir cuentas acerca del rendimiento académico de sus hijos, es fundamental que tengan cómo justificarlo”. Con el pasar de los años, observé que al no poder justificar un 40, 50 o 60 en el promedio final de un estudiante, para evitar problemas con el encargado legal, simplemente el maestro le ponía un 100 y problema resuelto. Felices los tres (no los cuatro como la canción): los padres, el docente y el estudiante porque éste último había pasado, aunque no aprendiera algo. Por algo tenemos niños y jóvenes que en los últimos años de escuela o primeros de colegio no saben leer.
¿Cómo puede un docente justificar una calificación? Solamente si su trabajo es muy ordenado y lleva un adecuado registro de los instrumentos de evaluación con base en los rubros específicos de la asignatura. Particularmente importantes son los registros de asistencia y trabajo cotidiano cuya consignación hay que llevar “a diario” para luego sumarlos a los rubros de exámenes o proyectos y así obtener la nota final. ¿Qué pasaría si un docente, bien avanzado ya el periodo lectivo tiene su registro en blanco? La respuesta es fácil: 100 al estudiante y todo mundo contento. Bueno, no todos, porque la sociedad costarricense en su conjunto sufrirá la desilusión de que en las pruebas PISA, el desempeño estudiantil esté muy lejos de los primeros lugares, aunque la inversión en educación sea enorme (¿inversión o gasto?).
Pero la calidad de la educación costarricense no será posible si no se cuenta con docentes de calidad humana y profesional. En esta época en que los directores de centros educativos empiezan a consignar las evaluaciones del desempeño de los trabajadores de la educación (sí, como lo lee “trabajadores” porque les pagan para que hagan bien su trabajo, por lo tanto, no son “colaboradores” porque sus tareas no las hacen de gratis). Hay que decir que bastantes de esas jefaturas (más de las que se imagina) tampoco se complican, y ante la falta de información y del debido proceso, también “chorrean” excelentes incluso a los maestros que brillan por su incompetencia.
Me sorprendí al enterarme del “excelente” otorgado a aquel docente que desde marzo no entrega los planeamientos didácticos a los que está obligado; o de aquel otro cuyo asesor específico consignó por tres veces consecutivas sus falencias pedagógicas, observadas en la visita técnica; o de aquel otro que no preparó a su grupo de la forma adecuada para las pruebas estandarizadas (es muy probable que, si a él le tocara resolverlas, tampoco lo haría con éxito). ¿Se puede despedir a un docente incompetente? En la teoría sí, en la práctica es un camino tan tortuoso, que sería más fácil construir una carretera de ocho carriles de Costa Rica a Miami o poner de acuerdo a los 57 diputados a trabajar por el bienestar de Costa Rica. Lo más que se podría esperar es que a ese mal trabajador de la educación lo reubiquen en otra parroquia (perdón, escuela o colegio) para que siga haciendo daño al proceso educativo de sus discentes.
Parece ser que para el curso 2025 la evaluación del desempeño docente también recaerá sobre el estudiantado. Si antes se estaba mal, el próximo año se estará peor. Sin duda el “profe compa” obtendrá un excelente y el que verdaderamente exige excelencia académica expondrá su continuidad por una baja calificación del estudiantado mediocre. Ni siquiera los estudiantes universitarios tienen la madurez para calificar objetivamente (la objetividad pura no existe) a los profesores, menos los estudiantes de primaria o secundaria. Como diría un administrador educativo “pusieron la cola a mover al perro”.
Definitivamente, la evaluación del desempeño docente requiere cambios cualitativos y cuantitativos para que cumpla con su función, es decir, mejorar la calidad educativa humana y profesional de los docentes. Definitivamente, hay que terminar con la práctica tan común del “chorreo de excelentes”.
Docente y Psicólogo
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