Se la podía llamar por sus seis nombres: Pamela Beryl Digby Churchill Hayward Harriman, una aristócrata británica que terminó siendo una figura poderosa en Washington y embajadora de Estados Unidos en Francia, habiendo tocado muchas vidas famosas en la política y la cultura del siglo XX.
Cuando tenía apenas 20 años, su suegro Winston Churchill la contrató como “su arma secreta más dispuesta y comprometida” (como dice una nueva biografía) y durante la Segunda Guerra Mundial invitó a cenar y a beber a importantes estadounidenses, a quienes sedujo para la causa británica contra los nazis.
Más tarde, su impacto se extendió aún más, pues interactuó con figuras públicas como los Kennedy, Bill Clinton, Nelson Mandela y Truman Capote, quien finalmente la satirizó en su ficción, junto con sus otros “cisnes”.
Han pasado más de 27 años desde que Pamela Harriman sufriera una hemorragia cerebral fatal mientras nadaba en la piscina del Hotel Ritz de París.
Pero sigue siendo un personaje divisivo, como lo demuestran las diversas reacciones a la nueva biografía de Sonia Purnell, “Kingmaker: Pamela Harriman’s Astonishing Life of Power, Seduction, and Intrigue“.
Para algunos, el libro se lee como un reconocimiento a una vida influyente vivida con audacia, astucia y ambición.
Otros lo consideran un elogio indebido para una mujer que utilizó el sexo para avanzar y cuyo impacto político, dicen, es exagerado.
Nacida en 1920 de un barón con problemas económicos y educada para “casarse bien”, Pamela no logró encontrar marido durante su primera “temporada” en Londres en 1938.
La autora y periodista Nancy Mitford, la más mordaz de las famosas hermanas Mitford, describió a la adolescente Pam como una “pequeña, pelirroja y alegre”.
Al año siguiente, Randolph Churchill, hijo único del famoso Winston, la llamó por teléfono para pedirle una cita.
Convencido de que moriría en la guerra que acababa de declararse, Randolph estaba ansioso por tener un hijo.
Durante la cena con Pamela, fue directo al grano.
“Él no la amaba… pero ella parecía lo suficientemente saludable como para tener un hijo”, escribe Purnell.
Pamela, ansiosa por escapar de una vida mortalmente aburrida con sus padres, aceptó el trato.
Su apuesta dio sus frutos, aunque no en la felicidad conyugal.
Randolph, un borracho y un alborotador, la trató con desprecio antes y después de que diera a luz a su bebé Winston.
Pero una vez que su suegro se convirtió en primer ministro en mayo de 1940, Pamela aterrizó en el lugar donde todo sucedió.
“Nadie tuvo nunca la oportunidad de ver la política desde dentro como yo”, dijo más tarde.
Por sexo o por la causa
En aquel momento, Reino Unido se encontraba solo frente a la maquinaria bélica nazi y Churchill necesitaba urgentemente ayuda transatlántica, que no llegó de inmediato.
Tras la caída de París, las encuestas revelaron que el electorado estadounidense estaba aún menos dispuesto que antes a sumarse a la causa aliada.
Pamela entendía lo que estaba en juego.
“Si Estados Unidos entraba en la guerra, la guerra sería segura. Mientras no estuvieran en la guerra, era precaria”, recordó más tarde.
Churchill adoraba a su alegre y radiante nuera.
Negoció que un encantador retrato de Pamela con su hijo pequeño (tomado por Cecil Beaton , el fotógrafo favorito de la realeza) adornara la portada de Life, la revista de mayor circulación en EE.UU. en ese momento.
También hizo que su aliado Lord Beaverbrook financiara para ella un nuevo vestuario.
Ella halagaba al primer enviado de Roosevelt al Reino Unido, Harry Hopkins, quien la encontró “deliciosa”.
Y cuando el rico Averell Harriman llegó a Londres en marzo de 1941 para administrar el programa de ayuda, el salvavidas que Churchill necesitaba tan desesperadamente, Pamela se aseguró de conocerlo.
Después de que Pamela, que entonces tenía 21 años, iniciara una relación con Harriman, un hombre casado de 49 años, el primer ministro, ansioso por saber qué decía y hacía Harriman, interrogaba a Pamela mientras jugaban cartas a altas horas de la noche.
En una reseña de “Kingmaker” para el diario The Times, sin embargo, Roger Lewis descarta la idea de que Pamela le proporcionara información vital a su suegro y la describe como una “obsesiva sexual mercenaria”.
Pero, Frank Costigliola, profesor de historia en la Universidad de Connecticut y autor de “Roosevelt’s Lost Alliances: How Personal Politics Helped Start the Cold War“, le dice a la BBC:
“Pamela fue un gran activo para Churchill, dada la importancia de la información en tiempos de guerra.
“Pensar lo contrario es ignorar la historia y huele a misoginia”.
Purnell no discute las hazañas sexuales de Harriman, recordando en “Kingmaker” cómo llegó a ser conocida como “la mayor cortesana de su época”.
El periodista Harrison Salisbury subrayó que durante la Segunda Guerra Mundial en Londres, “el sexo flotaba en el aire como una niebla”, así que no era raro que Pamela se acostara con una nueva pareja, aunque probablemente fuera una excepción en la frecuencia con la que esto sucedía.
La lista (parcial) de sus amantes incluía a Edward R Murrow, el periodista de la cadena CBS; el jefe de Murrow en la CBS, Bill Paley, que estaba en el personal del general Dwight D. Eisenhower; el mayor general Fred Anderson, comandante de la fuerza de bombardeo estadounidense y el coronel Jock Whitney, oficial de inteligencia de la OSS.
Se desconoce qué información le transmitió Pamela a Churchill (o qué le pidió que le dijera a los poderosos estadounidenses con los que mantenía relaciones íntimas).
Purnell, no obstante, asegura que: “Sus conversaciones íntimas llegaban a oídos de los líderes e influían en las políticas de alto nivel de ambos lados del Atlántico”.
Lewis califica esto de “hipérbole”, aunque es destacable que cuando Randolph Churchill finalmente se enteró del adulterio de su esposa con Harriman, reprendió a sus padres por su complicidad.
“Desvergonzada”/ “encantadora”
Divorciada después de la guerra, Pamela se mudó a París y se convirtió en parte de una sociedad cosmopolita, donde tuvo relaciones con una serie de hombres ricos, entre ellos el príncipe Aly Khan, el industrialista italiano Gianni Agnelli y Élie de Rothschild.
Estos amantes financiaron su lujoso estilo de vida, pero ninguno quiso ponerle un anillo en el dedo.
Cuando se acercaba a los 40, Leland Hayward, un exitoso productor de Broadway y Hollywood, dejó a su glamorosa esposa Nancy, apodada “Slim”, por ella.
Tanto Pamela Hayward, como la llamaban entonces, como Lady “Slim” Keith –que después se casó con el banquero y aristócrata británico Kenneth Keith– figuraron entre “la bandada intercontinental de cisnes” descrita por primera vez por el escritor Truman Capote en 1959 en la revista Harper’s Bazaar.
Estas damas de la alta sociedad, sumamente ricas, sumamente hermosas y sumamente elegantes, adoraban a Capote y confiaban en él como acompañante y confidente, hasta que hizo públicos sus secretos.
Laurence Leamer, autor de “Capote’s Women: A True Story of Love, Betrayal and a Swan Song for an Era“, en el que se basa el programa de televisión “Feud: Capote vs the Swans” de FX , llama a Pamela “un cisne negro”, en parte porque era una figura sospechosa entre su grupo.
“Él sabía que ella podía ser desvergonzada para conseguir y conservar a un hombre”, le dice Leamer a la BBC. “Pero también era interesante, encantadora y resultó ser una esposa estupenda”.
La carrera y la salud de Hayward decayeron precipitadamente en la década posterior a su matrimonio con Pamela, pero ella permaneció leal.
Incluso Brooke Hayward, la hijastra de Pamela, quien en su exitosa autobiografía “Haywire” acusó a Pamela de huir con algunas joyas de la familia (junto con otros delitos menores) lo reconoció.
“Pamela tenía un gran don: entendía a los hombres que amaba. Allí era donde empezaba y donde terminaba; era la única vida que tenía”, escribió Hayward.
Tras la muerte de Leland, en la primavera de 1971, la periodista Lally Weymouth, vecina de Pamela, se dio cuenta de que se sentía “desdichada”.
Su madre, la editora del Washington Post, Katharine Graham, estaba organizando una fiesta y Weymouth instó a Pamela a asistir en su lugar.
Allí, Pamela se encontró de nuevo con Averell Harriman, que había enviudado el año anterior, y los dos antiguos amantes reanudaron rápidamente su relación, casándose unos meses después.
Tras las bambalinas
La nueva señora Harriman sufrió una humillación cuando el relato de Capote “La costa vasca” de 1965 apareció en la revista Esquire en 1975, con la despiadada Lady Ina Coolbirth –una figura compuesta, en la que algunos elementos se parecían a ella– en el centro.
Pero durante las dos últimas décadas de su vida, Pamela se convirtió en una figura poderosa en Washington.
Con el respaldo de los millones de Harriman, comenzó a financiar y defender a los candidatos del partido demócrata después de que el republicano Ronald Reagan ganara unas elecciones presidenciales aplastantes en 1980.
Entre sus favoritos, dos futuros presidentes: Joe Biden, entonces senador de Delaware, y Bill Clinton, entonces gobernador de Arkansas.
Este tercer acto culminó con su nombramiento como embajadora en Francia por un agradecido Clinton.
Y aunque fue una esposa fiel y atenta del anciano Harriman, Ben Bradlee, editor de The Washington Post durante mucho tiempo, todavía etiquetaba a Pamela como alguien cuya política estaba “entre sus piernas”, escribe Purnell en su libro.
Thomas Mallon, un novelista histórico y ensayista que escribió una reseña de “Kingmaker” para The Washington Post , opinó que el libro no “abordaba la peculiar falta de vida que hay en un sujeto aparentemente tan vital, cuya naturaleza mecánica e implacable la vuelve, incluso a esta distancia tan lejana, más repelente que fascinante”.
Purnell cree que la recepción a veces hostil de su libro le ha hecho experimentar “una pequeña fracción de lo que vivió Pamela”, le dice a la BBC.
Tras leer sus documentos y cartas, que se conservan en la Biblioteca del Congreso, Pamela le empezó a gustar cada vez más a Purnell.
Tal vez la vida de Pamela sea una especie de test de Rorschach (donde se le pide a alguien que mire varias manchas de tinta y diga qué ve). ¿Qué te parece el doble rasero que sigue existiendo?
Como señala Leamer: “Sigue siendo cierto: si te acuestas con mucha gente y eres mujer eres una ‘zorra’, pero si eres hombre eres un ‘semental'”.
¿Y con qué criterios deberías juzgar a una mujer de otra época?
Es evidente que Pamela se sintió atraída por el poder desde muy joven y, a pesar de su escasa educación, tenía pocas oportunidades de perseguirlo por su cuenta.
La autoevaluación de Pamela es reveladora.
En una entrevista con Michael Gross en la revista New York Magazine en 1992, dijo:
“Básicamente, soy una chica de trastienda. Siempre lo he dicho y siempre lo he creído. Prefiero impulsar a los demás. En realidad no me gusta que me pongan por delante. Fui muy feliz siendo la esposa de los dos maridos que amé”.
“Kingmaker” de Sonia Purnell fue publicada por Penguin Random House. Clare McHugh es la autora de la novela “Las novias Romanov”.
* Si quieres leer el artículo original en inglés de BBC Culture, haz clic aquí