Una masacre estremeció a la República Democrática del Congo este domingo: un grupo armado irrumpió en plena ceremonia religiosa y asesinó a decenas de fieles. Las víctimas incluían niños.
Lo que debía ser un momento de recogimiento y oración se convirtió en una tragedia indescriptible en el noreste de la República Democrática del Congo. Al menos 43 personas, incluidos nueve menores, fueron brutalmente asesinadas dentro de una iglesia católica ubicada en el municipio de Komanda, en la provincia de Ituri, según confirmaron fuentes militares y la Misión de Paz de las Naciones Unidas en el país.
El ataque fue atribuido a las Fuerzas Democráticas Aliadas (ADF), un grupo armado rebelde con raíces en Uganda, que desde 2019 juró lealtad al grupo terrorista Estado Islámico (EI). La emboscada ocurrió mientras decenas de feligreses participaban de una ceremonia dominical en la parroquia.
“Fue una masacre a gran escala. Las víctimas fueron atacadas con machetes y armas blancas”, indicó un vocero del Ejército congoleño, que confirmó que otros fieles resultaron gravemente heridos.
¿Quiénes son las ADF y por qué atacan?
Las ADF no son un actor nuevo en esta crisis prolongada que enfrenta la región. Se trata de un grupo de rebeldes originarios de Uganda, mayoritariamente musulmanes radicalizados, que operan desde hace décadas en el este del Congo, aprovechando las condiciones de debilidad institucional, corrupción y aislamiento geográfico. En los últimos años, han intensificado su relación con el Estado Islámico, ejecutando ataques coordinados y buscando instaurar el terror.
Aunque a finales de 2021 se lanzó una operación militar conjunta entre el Congo y Uganda para neutralizarlos, sus incursiones violentas han continuado. Según organizaciones humanitarias, las ADF han asesinado a miles de civiles, y con frecuencia atacan aldeas, escuelas, mercados y ahora, como en este caso, iglesias.
La violencia persiste a pesar de los esfuerzos de paz
Este reciente ataque rompe una frágil calma que había perdurado por algunos meses en la región de Ituri, fronteriza con Uganda, donde las fuerzas gubernamentales intentan mantener el control. La Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en el Congo (MONUSCO) ya había advertido sobre el resurgimiento de los grupos armados en la zona, entre ellos las ADF, las cuales continúan sembrando el miedo mediante tácticas de guerrilla y violencia extrema.
La ONU condenó el ataque e instó a las autoridades congoleñas y a la comunidad internacional a reforzar las medidas de protección a la población civil, que en muchos casos ha quedado atrapada entre las ofensivas rebeldes y las fallas del Estado para ofrecer seguridad efectiva.
Un conflicto olvidado, pero letal
Lo ocurrido en Komanda no es un hecho aislado. Desde hace más de dos décadas, el noreste del Congo ha sido escenario de una guerra silenciosa, con múltiples grupos armados disputándose el control de los territorios ricos en recursos naturales, como minerales, madera y tierras fértiles.
Según cifras de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), más de 6 millones de personas han sido desplazadas dentro del país por causa del conflicto, y cerca de 3 millones necesitan ayuda humanitaria urgente solo en Ituri y Kivu del Norte.
¿Y la comunidad internacional?
Aunque el Congo es el segundo país más grande de África y posee enormes reservas de minerales estratégicos como coltán y cobalto, su tragedia pasa muchas veces desapercibida en la agenda global. Organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y Médicos Sin Fronteras han denunciado la falta de voluntad política internacional para detener las atrocidades cometidas por grupos armados como las ADF.
Este último atentado reaviva el debate sobre la eficacia de la presencia militar extranjera, el rol de las multinacionales en el saqueo de recursos naturales y el impacto real que tienen los operativos de paz de la ONU en terreno.
¿Qué se puede esperar ahora?
Las autoridades congoleñas aseguraron que intensificarán los patrullajes en la región y abrirán una investigación para capturar a los responsables del ataque, aunque las capacidades logísticas y de inteligencia en estas zonas son muy limitadas.
Mientras tanto, las familias de Komanda enfrentan el duelo con impotencia, y cientos de comunidades viven con el temor latente de que el próximo ataque llegue sin aviso, como ya ha sucedido en tantas otras aldeas.
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