El fatal salto que di en una piscina y que me dejó cuadripléjico: ‘Atrapado en un cuerpo que no me respondía’ | NCR Noticias


Aquel día de reencuentro con amigos tenía un aire contagioso de alegría; la música sonaba fuerte, el sol era radiante y nuestra risa rebotaba en el recinto. Nos preparamos para nadar en la piscina y, sin pensarlo dos veces, corrí hacia el agua. Fueron solo unos pasos, los últimos antes de llegar al borde, arquear mi cuerpo, impulsarme con los pies y lanzarme; sin embargo, un fuerte golpe en la cabeza me sacudió a tal punto que en un instante mi cuerpo dejó de responder.

Intenté nadar, pero no pude, seguía sumergido en el agua sin poder moverme, sentí como poco a poco mi cuerpo se hizo pesado mientras escuchaba a mis amigos ya en la superficie, la desesperación me invadió y, en ese momento, pasé de la felicidad a ver de cerca la posibilidad de morir sin que nadie pudiese notarlo. Nunca cerré los ojos, me quedé mirando la luz del sol y, poco a poco, perdí la consciencia.


Esta es la historia del día en que mi vida cambió por completo, y pese a que mi cuerpo ese día perdió la batalla, mis sueños se enlistaron en una guerra contra todo pronóstico y de la cual siento que gané desde el día en que entendí que el dolor muchas veces no es el freno sino el acelerador.

Mi sueño de ser emprendedor

Mi nombre es Andrés José Álvarez Donado, nací en Barranquilla en 1995, en el barrio San Roque. Desde muy pequeño siempre fui un niño extrovertido, amante del deporte y soñador.

Aunque siempre fui aplicado, el colegio no era mi lugar favorito. Lo que realmente me movía era el deseo de trabajar. Desde los 12 años le insistía a mi papá para que me dejara acompañarlo en su trabajo como transportador. Apenas salía de clases, me emocionaba subirme al camión con él y recorrer las calles hasta llegar a grandes compañías donde entregaba mercancía. Algo dentro de mí se encendía cada vez que veía esos edificios imponentes; me imaginaba, algún día, siendo parte de algo así.

Cuando terminé el colegio, empecé a trabajar en varias empresas del sector de la construcción. Fue entonces cuando llegó al barrio un hombre que tenía un negocio de estibas, esas plataformas, usualmente de madera, que facilitan el manejo y transporte de cargas. Recordé que en los viajes con mi papá a veces sobraban algunas, así que empecé a recolectarlas y vendérselas a este nuevo vecino. Sin darme cuenta, lo que empezó como una idea sencilla fue tomando forma y creciendo en mi mente como una semilla de lo que, con el tiempo, se convertiría en mi primer negocio.

A los 18 años conseguí prestados 500 mil pesos y emprendí un largo y difícil camino para construir mi propia idea de negocio, sin mucho conocimiento, con plata prestada, pero con la convicción de que todo a su tiempo daría frutos.

Todo marchaba bien, a mis 20 años ya había conseguido algunos clientes que confiaron en mí. Veía la recompensa de pasar días enteros sin dormir, otros sin comer, pero insistiendo en aquel sueño de emprender, así fundé ‘Estibas y maderas del Atlántico’.

En 2016 comencé una relación con Cristel Arévalo Aguirre, una mujer a quien conocía desde el colegio, pero con quien nunca había cruzado más que palabras casuales. Fue durante una noche de conversación, entre anécdotas y risas, que descubrimos algo más profundo: estábamos enamorados. Desde entonces, ella se convirtió en mucho más que mi pareja; fue —y sigue siendo— el regalo que Dios puso en mi camino para acompañarme en uno de los procesos más difíciles y transformadores de mi vida.

Eran de esos años de oro, en los cuales todo parece ir en simetría y en ascendencia; no podía pedirle más a la vida, tenía amor, familia, negocios y salud. Y como todo ser humano, hacía planes, cientos de planes como quien no concibe la posibilidad de que la vida no suele ser lineal y que, cuando menos se espera, un cambio llega a sacudirnos la realidad.

El día en que una nueva realidad me cambió la vida

El 30 de julio del 2022 era un día soleado, de esos sábados en los que nada duele ni nada pesa. Era mi día de descanso, tras varias semanas llenas de trabajo, y lo sentía como un regalo. Le propuse a Cristel que pasáramos el día juntos; ya teníamos planes. Pero poco antes de salir, recibió una llamada. Me explicó que debía ir a trabajar en la mañana.

Sin desanimarme, pensé en compartir entonces con mis amigos. Llamé a uno de ellos y me dijo que podíamos ir a un club campestre, allí nos reuniríamos entre varios para almorzar, hablar y bañarnos en la piscina. Emocionado, acepté sin dudarlo. Le dije a Cristel que después de aquella reunión pasaría a recogerla.

Llegamos al club, el lugar estaba lleno, cada quien llegó sonriente y, después de varios abrazos, almorzamos. La música sonaba fuerte, el intenso sol se reflejaba en el agua de la piscina, nuestra risa rebotaba en el lugar y, como broche de oro, pensamos en bañarnos en la piscina. Mientras nos vestíamos, mis pies bailaban al compás de la música; recuerdo cuando todos salimos corriendo hacia el agua.

Fueron tan solo algunos pasos para llegar al borde, arquear mi cuerpo, impulsarme con los pies y lanzarme al agua, todo pasó en cuestión de segundos, una vez corté el agua con mi cuerpo sentí un golpe fuerte en la cabeza y una especie de corriente en el cuerpo y de inmediato dejé de sentirlo y pasé a sentirme atrapado en un cuerpo que no me respondía.

Intenté nadar para salir del agua, pero no pude. Lo intenté con todas las fuerzas, entonces moví mis manos, pero no me respondieron. Simplemente, estaba ahí, en el fondo del agua sin poder salir, la desesperación se apoderó de mí, sentí mucho miedo, moví mis ojos y vi que mis amigos ya estaban de pie y pensé ‘van a creer que estoy molestando y no me van a sacar’, el aire poco a poco empezó a hacerse más escaso, me quedé con la mirada puesta en la superficie del agua y me desmayé.

Desperté con mis amigos a cada lado y lo primero que les dije fue “Tóquenme duro las piernas, no las siento”. Les grité con desesperación, ellos pasaban sus manos por mi cuerpo, incluidas las manos, y no lograba sentirlo. Rápidamente, me llevaron a urgencias y yo solo podía mover los ojos, no entendía qué pasaba, estaba realmente asustado.

‘Te jodiste la vida pelado’

Lo más duro de esos primeros días fue ver entrar a mis padres y a mi novia completamente destrozados a la clínica. Aunque por dentro me consumía la ansiedad, me esforzaba por recibirlos con una sonrisa, tratando de transmitirles una fuerza que yo mismo apenas encontraba.

Recuerdo con claridad el momento en que entró el doctor y me dijo:
– Señor Andrés, le voy a pasar un bolígrafo por el cuerpo usted me dice si lo siente: el esfero recorrió desde la punta de mis pies hasta los dedos de mi mano, pero me fue imposible sentir aquel trayecto.
– No siento nada, doctor, le dije con un nudo en la garganta
– No joda pelado, te jodiste la vida, me contestó mirándome a los ojos, me dio la espalda y se fue.

Así pasé, en cuestión de segundos, de ser una persona completamente autosuficiente a tener el desalentador diagnóstico de cuadriplejía, una condición en la cual para los profesionales estaba condicionado únicamente al movimiento de mi cabeza. Fue un golpe devastador, empecé a sufrir de ataques de ansiedad, sentí muchas veces que no podía respirar, como si todavía siguiera en el fondo del agua esperando ser rescatado, solo que ahora sí tenía aire, pero las personas a mi alrededor no podían salvarme.

Tras el accidente, permanecí 15 días en el hospital, fui sometido a una cirugía severa y bastante dolorosa. Me retiraron 3 vértebras de mi columna, duré 3 meses sin ver la luz del sol, con cuello ortopédico. No podía moverme, ni alimentarme, ni siquiera asearme por mí mismo. Dependía de otros para todo. Fueron los meses más difíciles de mi vida.

Desde esa cama, no solo enfrentaba mi recuperación, también veía cómo se desmoronaba mi empresa, mi sueño. Más de 20 familias que dependían de ese emprendimiento también sufrían las consecuencias de mi caída. Era como si mi accidente no solo me hubiera golpeado a mí, sino a todos los que caminaban a mi lado.

Fueron los meses más oscuros de mi vida. Pero también fueron los que más me enseñaron sobre la fuerza, la resiliencia y el profundo valor de no rendirse.

Ver el vaso completamente vacío, pero luchar por volver a llenarlo

Uno de esos días en los que vi a mi mamá llorando y a mi papá preocupado, cerré los ojos, no podía arrodillarme, pero dije: Dios, no me voy a dejar caer, ayúdame a levantar, yo sé que puedo salir de esta situación, mantenme con fuerza que yo hago el resto.

Desde ese día en mi cabeza se instaló el afán por recuperarme y la esperanza de no quebrar a los míos. Contraté a terapeutas y todos los días luchaba contra mi diagnóstico y así fue como, buscando soluciones, viajé a Cuba en 2023 junto con Cristel a una clínica especializada.

Ella tuvo la fortaleza para ser mi pareja, mi familia y mi bastón en los momentos más difíciles. Y fue en medio de ese proceso, cuando todo parecía estático, que moví los brazos por primera vez, y para mí fue la respuesta clara y poderosa de Dios.

Aunque solo podía alzar los brazos hasta cierto punto y aún no movía los dedos, ese pequeño avance fue suficiente para comenzar a practicar acciones tan simples —y a la vez tan valiosas— como comer por mí mismo. Y lo primero que hice, con todo el esfuerzo y el amor acumulado, fue volver a dar un abrazo. El más fuerte que pude.

Entonces pensé en continuar con mis planes y decidí pedirle matrimonio a Cristel ese mismo 2023, por supuesto que no me pude arrodillar como hubiese querido, pero el amor que le tengo y el que ella me demostró fue el motor suficiente para que yo lentamente le extendiera el anillo y me dijera que sí.

Aunque solo podía alzar los brazos hasta cierto punto y aún no movía los dedos, ese pequeño avance fue suficiente para comenzar a practicar acciones tan simples —y a la vez tan valiosas— como comer por mí mismo. Y lo primero que hice, con todo el esfuerzo y el amor acumulado, fue volver a dar un abrazo. El más fuerte que pude.

Entonces pensé en continuar con mis planes y decidí pedirle matrimonio a Cristel ese mismo 2023, por supuesto que no me pude arrodillar como hubiese querido, pero el amor que le tengo y el que ella me demostró fue el motor suficiente para que yo lentamente le extendiera el anillo y me dijera que sí.

Así describo mi accidente, como un reto más, así como mi empresa, que pese a que parecía extinguirse, me rehusé a que aquel sueño muriera. Regresé a Colombia meses después y mis padres, Mariana y René, fueron quienes lucharon en ese tiempo por la empresa.

Regresé, pedí que me subieran a un carro junto con un amigo y me fui para Bogotá a realizar una negociación, como pude firmé el contrato, volví a mi oficina, seguí consiguiendo clientes y pese a que físicamente para mí era difícil movilizarme, estar de un lado a otro corriendo como antes lo hacía, a un nuevo ritmo seguí poco a poco sin abandonar mi empresa.

Hoy no camino como antes, pero cada paso que doy en mi empresa, en mi vida y en mi historia, lo doy con más fuerza que nunca.

*Con información de El Tiempo.


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