Quizás, en algún momento, se haya detenido usted a detallar el parque público que está más cercano a su comunidad. Tal vez no, y si es así, esta es una invitación para que lo haga, tome un tiempo, se siente en un poyo y contemple todo lo que está a su alrededor.
Una investigación de la académica Dorelia Barahona, de la Escuela de Filosofía de la Universidad Nacional (UNA), quiso rescatar el aporte que este tipo de espacios generan sobre la psiquis del ser humano, de esa conexión entre el entorno y las emociones. Su proyecto precisamente lleva por nombre: Jardines públicos ¿lugares de esperanza en la ciudad?
Barahona inició con los jardines domésticos como objeto de estudio. “Me centré primero en los dueños de casas que tienen sus propios jardines, que los cuidan, invierten tiempo, recursos, que muestran orgullo si una planta les floreció y cómo esto me genera un estado de ánimo positivo”, indicó. Allí encontró una reciprocidad muy clara. En tanto una persona cuide su jardín, ese mismo espacio le devuelve salud.
También son escenarios para explotar la creatividad humana. Las jardineras pueden tener su propia personalidad, con decoraciones, tipos de plantas diversas, maceteras, en lo que Barahona describe como la aplicación del “bioarte”.
Sin embargo, en el horizonte de su exploración fueron apareciendo nuevos elementos, sobre todo al considerar que en ciertas regiones del norte de África y en Asia se ha avanzado en el análisis de la relación entre las ciudades, por medio de los jardines y las personas.
Fue en ese momento en que se adentró en la teoría del escritor y filósofo inglés David Harvey, quien escribió el libro Espacios de esperanza, para documentar la situación de los jardines públicos costarricenses. Para la académica, esto representó un reto a partir de su formación. “El área en el que yo trabajo en la Escuela es la de la filosofía del arte, y a partir de este trabajo, se me fue desplegando hacia la salud psíquica, porque pasamos de hablar de jardines que son domésticos a jardines públicos”.
Cuatro espacios de esperanza
La investigación la llevó a determinar cuáles jardines estudiaría. Su selección le permitió identificar cuatro espacios, con características disímiles entre sí: el parque zoológico Simón Bolívar (antes de su cierre en mayo), las ruinas del templo Santiago Apóstol en Cartago, el parque Francia en barrio Escalante y el parque de Zarcero.
Los cuatro han generado un vínculo con las comunidades donde se ubican y más allá aún. El de las ruinas en Cartago tiene un simbolismo histórico y cultural por su inacabada infraestructura tras el terremoto de 1910. Con un enfoque más naturalista, y que ha sido noticia en meses recientes, está el Simón Bolívar, pulmón del sector norte de la capital y que está en planes de convertirse en un parque natural protegido.
En cambio, el parque Francia ha adoptado más una esencia de convivio y encuentro social, en una zona donde el desarrollo ha ampliado sus fronteras. El parque de Zarcero tiene esa característica, pero también ofrece una sintonía más artística, por sus singulares arbustos, al punto de convertirse en un referente turístico no solo del cantón, sino del país.
Cada uno de estos jardines aportan a la esperanza que documentó la investigación de Barahona. En algunos casos, como el de las ruinas y el parque Francia, tiene una implicación sociológica relevante: “Se hacen conciertos, actividades, la gente tiene la oportunidad reunirse, de sacar a pasear a sus perros, de compartir con otras personas”.
También influyen en la parte psicológica. “No es lo mismo que una persona pueda salir y toparse con un lugar verde, donde hay paisajes, naturaleza, a encontrarse solo con concreto, edificios desgastados o que haya acumulación de basura. Todo eso nos afecta de una u otra manera”, reflexionó.
En la parte ambiental, su relevancia está más que documentada. Los árboles en las ciudades tienen la capacidad de absorber dióxido de carbono (CO2) que compensan la huella de contaminación que abunda en las ciudades por actividades como el transporte, uno de los mayores generadores de gases de efecto invernadero (GEI).
Hasta tomarse una fotografía es emblemático para muchas personas. Sin embargo, Dorelia Barahona lamenta que, a pesar de su importancia y aporte a la salud, sean pocos los parques públicos versus lo que ella califica como “la masa de cemento” que se extiende en las ciudades. Refiriéndose al caso de San José, manifestó que “más parece una ciudad para parquearse que una ciudad para que los seres humanos caminen”.
Toda esta información, Barahona espera plasmarla en un libro que incluso ya tiene título: Ciudades emocionales, que espera publicar este año bajo el sello de la Editorial de la Universidad Nacional (EUNA) y que contendrá las tres investigaciones: los jardínes domésticos, el concepto de espacios de esperanza y los parques públicos.
El tema incluso la llevó a participar en un congreso sobre la ciencia y el arte del paisaje en la ciudad de Guadalajara, en México, país que ha liderado diversas investigaciones sobre los parques, en Ciudad de México.
Tome aire, respire hondo y dése una vuelta por un parque. Es una inyección de vitalidad y energía en medio de un mundo ajetreado. En fin, es un espacio para la esperanza.
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Guillermo Solano Gutiérrez