Una tarde soleada en un campo de golf puede parecer inofensiva, pero tras este escenario aparentemente idílico podría ocultarse una inquietante realidad para quienes residen en sus inmediaciones. Según revela un reciente y polémico estudio, la proximidad a estas instalaciones deportivas estaría vinculada con un incremento en el riesgo de desarrollar la enfermedad de Parkinson, un hallazgo que está generando debate en la comunidad científica.
La investigación, liderada por Brittany Krzyzanowski del Instituto Neurológico Barrow en Phoenix, comparó 419 casos de Parkinson con 5.113 individuos sanos en el sur de Minnesota y el oeste de Wisconsin durante un período de 24 años. Los resultados son llamativos: las personas que viven a menos de una milla (1,6 kilómetros) de un campo de golf tienen un 126 % más de riesgo de desarrollar Parkinson en comparación con quienes viven a más de seis millas de distancia, según el estudio publicado en JAMA Network Open.
Más alarmante aún resulta que, curiosamente, el riesgo más elevado no se concentra en la zona inmediata al campo de golf (menos de 1 milla), sino en el área intermedia (1-2 millas). Según esboza el estudio, los residentes de esta franja presentan casi el triple de riesgo (un aumento del 198 %), mientras que a una distancia de 2-3 millas (3,2-4,8 km) la probabilidad se mantiene en un 121 %.
Pesticidas en campos de golf: el sospechoso principal
El agua potable emerge como un factor crucial en esta ecuación. Los investigadores descubrieron que los residentes que obtienen su agua de sistemas municipales que incluyen campos de golf tienen casi el doble de probabilidades de desarrollar la enfermedad en comparación con quienes viven en áreas sin campos de golf.
Este riesgo se intensifica particularmente en zonas con “aguas subterráneas vulnerables”, lugares con suelo grueso o geología que permite una fácil infiltración de sustancias químicas a los mantos acuíferos.
La hipótesis detrás de estos hallazgos apunta a los pesticidas como principal sospechoso. En Estados Unidos, la aplicación de estos productos químicos en campos de golf puede ser hasta 15 veces superior en comparación con países europeos, según señala el estudio. Estos productos incluyen organofosforados, clorpirifos y otros compuestos que han sido asociados previamente con el desarrollo del Parkinson, según reportan medios.
¿Correlación o causalidad? Expertos debaten el estudio
A pesar de estos hallazgos alarmantes, la investigación ha sido recibida con escepticismo por algunos expertos, quienes llaman a la cautela. Katherine Fletcher, investigadora principal de Parkinson’s UK, ha calificado las conclusiones del estudio como “reduccionistas”, señalando importantes limitaciones metodológicas.
Según Fletcher, si bien diversos estudios sugieren que la exposición a pesticidas podría aumentar el riesgo de la enfermedad, “las pruebas no son lo suficientemente sólidas como para demostrar que la exposición a los pesticidas cause directamente el Parkinson”.
David Dexter, también de Parkinson’s UK, añade una consideración importante: “El Parkinson comienza en el cerebro entre 10 y 15 años antes del diagnóstico, y el estudio no solo utilizó sujetos que vivían permanentemente en la zona”. Esto podría significar que algunos participantes desarrollaron la enfermedad antes de mudarse cerca de un campo de golf.
En ese sentido, destacan un problema clásico de los estudios observacionales: correlación no implica causalidad. Por ejemplo, el estudio nunca analizó directamente la contaminación de las aguas subterráneas cerca de los campos de golf, ni los contaminantes en el aire, y tampoco controló adecuadamente otras fuentes de contaminación atmosférica urbana, como la provocada por el tráfico rodado.
“Una tormenta perfecta”
Los expertos coinciden en que probablemente sea resultado de una combinación de factores genéticos y ambientales. Karen Lee, directora general de Parkinson’s Canada, declaró a Global News: “Probablemente se trate de una tormenta perfecta. Es decir, tienes genes que te preparan para contraer potencialmente el Parkinson, y si te encuentras en el entorno adecuado, potencialmente eso es lo que desencadena la aparición de la enfermedad”.
El estudio cobra especial relevancia considerando que, según recoge Study Finds citando datos de la Fundación Nacional de Golf, aproximadamente el 23 % de los 16.000 campos de golf en Estados Unidos forman parte de comunidades residenciales o inmobiliarias.
Para los millones de estadounidenses que viven cerca de campos de golf, estos hallazgos plantean nuevas consideraciones sobre el equilibrio entre las amenidades residenciales y los potenciales riesgos para la salud. Los investigadores sugieren que podrían ser necesarias nuevas políticas de salud pública para reducir la exposición a pesticidas, tanto en el aire como en las aguas subterráneas, en las comunidades cercanas a campos de golf.