El océano también guarda sus propios secretos. Y cuando se revelan, pueden ser tesoros que añaden elementos esenciales a la historia; la reescriben o le dan un giro inesperado. Esto pasó justamente en la playa de Cahuita, en el cantón de Talamanca, Limón, tras una experiencia subacuática que combinó ciencia y técnica con el compromiso comunitario.
El resultado: la comprobación de restos de dos embarcaciones esclavistas que zarparon de Dinamarca y que naufragaron aquí entre 1690 y 1710. Toda la labor que conllevó a este hallazgo nació a del trabajo del Centro Comunitario de Buceo Embajadores y Embajadoras del Mar (CCBEEM).
Dos de sus miembros, Maraya Jiménez y Pete Stephens (vicepresidenta y presidente de la organización, respectivamente) narraron los hechos a la comunidad herediana, en una actividad coorganizada por las escuelas de Filosofía e Historia de la Universidad Nacional (UNA), en el monumento nacional Casa Alfredo González Flores.
Talamanca es el cantón más extenso de la provincia de Limón y es un crisol de nacionalidades, hasta 52 de acuerdo con registros del CCBEEM. Además del turismo, por las reconocidas playas del caribe sur, la mayoría de las familias viven de la pesca. Para los jóvenes, el anhelo de aprender a bucear se ha convertido en toda una aspiración.
Así fue como en el 2014 nació el Centro Comunitario de Buceo con el objetivo de formar a jóvenes de la zona en buceo scuba (self contained underwater breathing apparatus) y en niños, por medio del buceo con snorkel, “para desarrollar potencialidades y oportunidades de aporte a la preservación y regeneración de ecosistemas marino costeros”, detalló Jiménez.
Brillan los corales por su fluorescencia y brillan las miradas de los niños que abrazaban ese sueño, constataba Jiménez. Y así fue como una cosa llevó a otra. El Centro comenzó a tejer redes de alianza con familias de la comunidad de Cahuita y a tratar de rescatar el legado de historias orales contadas por adultos mayores.
Allí se destacaban relatos cuyo escenario era el mar y de las migraciones que arribaron en tiempos de la colonización española. Entonces, siguiendo ese instinto, el grupo aplicó un concepto denominado “ciencia ciudadana”, que consiste en el conocimiento científico aplicado bajo las aguas, el cual permite la arqueología subacuática.
En su presentación, Maraya Jiménez explicó que “cuando las comunidades adoptan su propia arqueología marítima, la ciencia ciudadana que construyen deja de ser solo un estudio del pasado. Se trata de reconstruir las conexiones, enraizadas en sus historias no contadas y los conocimientos que emergen de la documentación, la investigación y las narrativas orales”.
En una de esas inmersiones se dio el primer hallazgo trascendental: 15 cañones, algunos de hasta dos metros y cerca de allí y anclas de entre dos y tres metros de largo. Pero, aquello era apenas la punta del iceberg.
Los indicios requerían un abordaje técnico y profesional; había que investigar más. Las consultas comunitarias daban nuevos registros y acudieron hasta la consulta bibliográfica en textos de la escritora Tatiana Lobo, para conocer con más detalle la identidad afrodescendiente de este litoral.
El grupo recibió una capacitación en fotogrametría, que consiste en obtener medidas y datos tridimensionales a partir de fotografías que les tomaron a los hallazgos submarinos y que correspondían a restos de embarcaciones, cuya procedencia, hasta ese momento, aún se desconocía.
Un punto de inflexión en este proceso fue la visita de una misión de investigadores de la Universidad del Este de Carolina (Carolina del Norte, Estados Unidos). El grupo se instaló en Cahuita en casa de allegados y familiares del centro comunitario y junto con la información recopilada, lograron confirmar una primera hipótesis: se trataba de dos barcos, uno que fue quemado y otro que se dejó a la deriva.
La ratificación, en el 2017, y la posterior entrada en vigencia de la ley 9.500 un año después de la Convención sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático otorgó las herramientas legales para avanzar en la investigación y protección que iban dando forma a un hallazgo sin precedentes.
Un libro de Lobo, Negros y blancos, que se publicó en 1998, narra la presencia de barcos daneses en Gandoca, mientras que otros archivos historiográficos daban cuenta de la presencia de esas embarcaciones aquí. ¿Serían los restos hallados parte de esas expediciones?
Los representantes del CCBEEM, con apoyo científico, ahondaron en las investigaciones sobre restos de madera y ladrillos que encontraron en otra sumersión. Se trataba de hasta 500 unidades que identificaron en una expedición de mayo de 2023. Cuatro meses después realizaron nuevas excavaciones en el sitio, hasta que comprobaron, finalmente, que:
· Los restos correspondían a dos barcos esclavistas que llegaron por error a Punta Cahuita, porque su destino final era la isla de Saint Thomas.
· Se reportó un amotinamiento y los marineros controlaron los barcos: uno lo quemaron y el otro quedó a la deriva.
· 650 africanos desembarcaron en las costas, de los cuales 105 llegaron a Matina, Limón donde fueron reesclavizados, mientras que el resto se quedó a vivir en Talamanca y lugares aledaños.
El 27 de abril de 2025 el grupo confirmó la identidad de las embarcaciones: el Fredericus VI y el Christianus V. Con el apoyo del etnógrafo Mauricio Meléndez, contactaron y conocieron incluso a la familia de descendientes de Miguel Maroto, una de las personas que desembarcaron de aquella expedición fallida.
Recientemente se han realizado seminarios con arqueólogos para dar a conocer los avances, con participación de la comunidad; todo el proceso se ha documentado en un blog. Pete Stephen explicó que hoy la zona no es de acceso al público por ser un sitio arqueológico, aunque trabajan en un plan de manejo para regular su acceso y convertirlo en un “sitio de memoria”, más allá del turismo recreativo y convencional.
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Guillermo Solano Gutiérrez