Una ciudad del norte de Filipinas que había quedado sumergida por la construcción de una represa en los años 1970 ha reaparecido a medida que bajan los niveles de agua por la sequía que azota el país.
Las ruinas, en medio de la represa de Pantabangan, en la provincia de Nueva Écija, son ahora una atracción turística en medio del calor extremo.
Las partes de una iglesia, una placa del ayuntamiento y varias lápidas comenzaron a resurgir en marzo, después de varios meses “casi sin lluvia”, dijo Marlon Paladin, un ingeniero de la administración nacional de riego.
Es la sexta vez que este ciudad, fundada hace casi 300 años, resurge desde que se construyó una represa para llevar agua de riego a los agricultores y generar energía hidroeléctrica.
“Esta es la vez que más tiempo” ha sido visible, dice Paladin a la AFP.
El nivel de agua del embalse ha caído casi 50 metros desde su nivel normal de 221 metros, según datos de los servicios meteorológicos estatales.
Los meses de marzo, abril y mayo suelen ser los más calurosos y secos en Filipinas pero las condiciones de este año se han visto agravadas por el fenómeno meteorológico El Niño.
Casi de la mitad de las provincias del archipiélago están oficialmente en sequía.
Los turistas que quieren ver las ruinas pagan alrededor de 300 pesos (unos cinco dólares) a los pescadores para que les lleven en bote al medio del embalse, donde la ciudad aparece en una isla temporal.
Nely Villena, de 48 años, vive en el municipio de Pantabangan y visita con frecuencia un punto de observación con vista a las ruinas.
“La vista es mejor cuando el nivel del agua es bajo. Si el agua está demasiado alta (…) todo lo que se ve es agua”, dice a la AFP mientras un fuerte viento azota el agua, aliviando un poco el calor abrasador.
La temperatura en Nueva Écija ha alcanzado alrededor de 37 °C casi todos los días de esta semana.
Pero el índice de calor, es decir la sensación térmica, que también incluye la humedad, superó los 42 °C, un nivel considerado “peligroso”.
Cuando se construyó la represa, cientos de residentes de los pueblos y las granjas que quedaron sumergidas fueron trasladados por el gobierno a terrenos más altos.
Melanie Dela Cruz, de 68 años, era una adolescente cuando su familia se vio obligada a abandonar su casa y este año regresó por primera vez.
“Me emocioné porque me acordé de mi antigua vida allí”, dice a la AFP. “Mi corazón estaba abrumado porque estudié allí, incluso nací allí”.
La caída del nivel del agua obligó a detener la actividad de dos centrales hidroeléctricas cercanas a la represa a principios de este mes, un poco antes de la fecha normal de cierre, el 1 de mayo.
También ha dejado a muchos productores de arroz sin el agua de riego que tanto necesitan, y algunos han optado por cultivar hortalizas, que requieren menos agua.
Melanie Dela Cruz dice que reza para que llueva, aunque eso signifique que su antiguo hogar volverá a desaparecer. “Nuestros agricultores necesitan urgentemente agua para sus campos”, asegura.