En las últimas horas han sido excarcelados más de una treintena de presos políticos cubanos. La cifra es apenas una pequeña parte de las 553 personas que saldrán de las celdas tras el acuerdo del régimen de La Habana con el Vaticano que ha hecho que Estados Unidos retire a la Isla dela lista de países patrocinadores del terrorismo. Del lado de acá de los barrotes, a los prisioneros los aguardan sus familiares pero también un país donde sigue siendo delito disentir.
Entre quienes han salido de los calabozos hay opositores reconocidos internacionalmente como José Daniel Ferrer, líder de la Unión Patriótica de Cuba; ciudadanos que solo protestaron pacíficamente en las calles como es el caso de Luis Robles, conocido como “el joven de la pancarta”, y gente muy pobre de la barriada habanera de La Güinera que el 11 de julio de 2021 (11J) se manifestó exigiendo un cambio y coreando la palabra “libertad”. Se espera que en los próximos días se sigan descorriendo cerrojos y abriendo otras mazmorras.
La alegría, sin embargo, ha quedado empañada. Las organizaciones que llevan años trabajando en una base de datos de presos por razones políticas advierten que los condenados por esos delitos superan el millar en toda la Isla. A esos alarmantes números hay que sumar que las actuales excarcelaciones no son libertades plenas sino una medida parcial con serias limitaciones de derechos. Si los beneficiados con esta decisión incurren en alguna “indisciplina” pueden ser devueltos a prisión. Sobre sus cabezas pende el regreso a los candados, la magra ración de comida y los maltratos de los guardias.
La vida de estos presos será también muy difícil en una nación que ha experimentado en los últimos años un recrudecimiento de los controles y de la intolerancia oficial. Con una crisis económica que parece no tener fin, un éxodo masivo que tampoco se detiene y una cúpula gobernante anclada a la continuidad ideológica, caminar por las calles cubanas no es muy diferente a pasar los días en una prisión. “Han salido de la cárcel chiquita para entrar en la cárcel grande”, sentenciaba este jueves una anciana en una de esas interminables filas para comprar alimentos. El resto de los que aguardaban en la cola asintió en silencio.
Para los menos conocidos y, por tanto, apenas protegidos por la visibilidad internacional, todo será más difícil. Por ejemplo, Yaquelín Cruz García, madre de Dariel Cruz García de 22 años, me comentaba este jueves cómo ha vivido las primeras 24 horas tras la excarcelación del joven, condenado por el 11J. La mujer asegura que está feliz de tener finalmente a su lado a El Bolo, como también lo conocen sus amigos, aunque teme que “se forme cualquier cosa y lo quieran meter otra vez en la cárcel”.
Cruz García siente que la zozobra continúa. “Él está bajo un régimen de libertad condicional y tiene que seguir las normas que le impongan”, detalla la madre. “Si a mi hijo le hubieran dado la libertad total y pudiera salir del país, yo haría todo lo posible para que se fuera cuanto antes de Cuba, aunque sea para Haití”, asegura. Su temor no es exagerado. Un grillete invisible rodea el tobillo de todos los excarcelados.