Las autoridades británicas se mantienen “en estado de alerta” este viernes, pese a un cierto regreso a la calma tras diez días de disturbios racistas e islamófobos que sacudieron el país en reacción a la muerte de tres niñas en un ataque con cuchillo.
Salvo incidentes residuales en Irlanda del Norte el jueves por la noche, el resto del país no registró nuevos brotes de violencia desde el martes, y el miércoles miles de personas salieron pacíficamente a la calle en varias ciudades para protestar contra el racismo y la islamofobia.
Pero al acercarse el fin de semana, el gobierno teme que el reinicio del campeonato nacional de fútbol pueda dar lugar a nuevas tensiones, dados los históricos vínculos de la extrema derecha con los círculos de hinchas violentos.
El viernes, el primer ministro Keir Starmer mantuvo su firme postura desde el comienzo de la crisis y pidió a la policía que se mantuviera “en estado de alerta” para “garantizar la seguridad” de la comunidad.
Miles de policías están movilizados desde que estallaron los disturbios a finales de julio, tras un ataque con cuchillo en el noroeste de Inglaterra que causó la muerte de tres niñas.
Las protestas fueron atizadas por rumores y especulaciones en internet sobre la identidad del sospechoso, falsamente presentado como un solicitante de asilo musulmán.
La policía informó sin embargo que el sospechoso era un joven de 17 años nacido en Gales y los medios británicos reportaron que sus padres eran ruandeses.
Cerca de 500 personas fueron detenidas, unas 150 fueron imputadas y los tribunales empezaron a dictar decenas de condenas contra los alborotadores.
Starmer, que se enfrenta a su primera crisis un mes después de asumir el cargo, dijo estar “absolutamente convencido” de que esta “rápida” respuesta policial y judicial había “tenido un efecto real” a la hora de evitar nuevos actos de violencia desde el martes.
Muchos de los ya condenados recibieron penas de varios años de cárcel por su participación en los disturbios y los enfrentamientos con la policía.