El tan anticipado albúm lanzado recientemente por el coloso cultural que es Taylor Swift resultó ser una epopeya de dos horas y 31 canciones que explora esa fuente inagotable de inspiración: el desamor.
“The Tortured Poets Department” (“El Departamento de los Poetas Torturados”) se suma a ese océano de bellas y conmovedoras obras de todos los tiempos que nacen de lo que sientes cuando alguien te desgarra el corazón.
O lo rompe, o lo hace pedazos o cualquiera de esas metáforas que usamos para tratar de expresar la miseria absoluta y abyecta que se siente al ser rechazado por alguien a quien todavía estás profundamente apegado.
A pesar de que lo que estás padeciendo es dolor emocional, muchas de esas descripciones apelan a sensaciones físicas, pues, confirmarían muchos, así se siente.
Como escribió en “Renacida” Susan Sontag, “amar duele. Es como entregarse a ser desollado y saber que en cualquier momento la otra persona podría irse llevándose tu piel”.
Eso constató Florence Williams, cuando, tras una relación de tres décadas que incluyó matrimonio y dos hijos, se topó con un correo electrónico escrito por quien fue su pareja desde que su adolescencia.
Era un mensaje de amor… para otra mujer.
Nunca antes le habían roto el corazón pero pronto aprendió que “los clichés del desamor no son para nada melodramáticos”.
“Sentí como si me hubieran hachado el corazón, como si me faltara una extremidad, estuviera a la deriva en un océano, en medio de un bosque aterrador. Me sentí en peligro”, escribió.
“Me quedé realmente anonadada por lo profundamente que lo sentí, no solo emocionalmente, sino también físicamente”, le dijo al programa BBC Inside Science.
“Sentí una ansiedad intensa. Sufrí de insomnio. Perdí alrededor de 20 libras de peso en pocos días”.
Cuando se hizo exámenes de laboratorio, encontraron que “tenía problema con mis bacterias intestinales, los niveles de glucosa estaban muy bajos, mi páncreas dejó de funcionar bien por lo que 5 o 6 meses después de la separación, me diagnosticaron una enfermedad autoinmune: diabetes tipo 1”.
Eso también es desamor, apuntó, y dado que Williams es escritora y periodista científica, la experiencia la impulsó a buscar respuestas pues “tenía tantas preguntas sobre por qué me sentía como me sentía”.
“Me interesaba mucho investigar por qué mi sistema inmunológico de alguna manera estaba escuchando mi estado social o emocional y cómo todo estaba conectado”.
Así que se dedicó a hablar -y hasta a involucrarse en experimentos- con científicos.
A nivel celular
Entre las primeras cosas que descubrió fue que, aunque se ha investigado mucho sobre cómo nos enamoramos, la ciencia no le ha dedicado tanto tiempo al final de esa historia.
Pero hay varias piezas de investigación que empiezan a armar ese rompecabezas.
Una de las más interesantes la encontró de la mano de Steve Cole, profesor de Medicina, Psiquiatría y Ciencias Bioconductuales en la Facultad de Medicina de UCLA, EE.UU., quien lleva décadas investigando la genómica social.
La genómica es un campo interdisciplinario que estudia la función, estructura, evolución, mapeo y edición de todo el ADN de un organismo.
En 2007, Cole, con John Cacioppo, profesor de Psicología y Neurociencia Conductual de la Universidad de Chicago, entre otros, identificaron un vínculo entre la soledad y la forma en que se expresan los genes en un pequeño estudio, repetido desde entonces en ensayos más grandes.
Todos estos años después, Cole le dijo a Williams que la soledad es uno de los factores conocidos más tóxicos.
Le describió el desamor como “la mina terrestre oculta de la existencia humana”, pues cuando explota puede ser devastador para nuestra salud física y mental, pero que sigue sin ser debidamente reconocido.
En su pesquisa, Williams se sometió a un experimento con Cole, que hicieron con muestras de su sangre.
“Medimos ciertas células de mi sistema inmunológico en diferentes momentos después del divorcio.
“Lo que buscaba eran marcadores de inflamación, porque ha descubierto en sus décadas de investigación que aumentan en personas que se sienten amenazadas, y también en personas que se sienten solas“, contó Williams.
Cole hizo el hallazgo tras analizar por qué algunos homosexuales seropositivos morían mucho más rápido que otros: descubrió que aquellos que estaban encerrados, o que eran muy sensibles al rechazo social, corrían mayor riesgo.
Su estrés hacía que sus células T inmunológicas fueran más vulnerables al ataque del VIH, y el virus se propagaba 10 veces más rápido.
Estudios posteriores de Cole de personas solitarias también demostraron que eran más vulnerables a los virus y producían más células inmunes que generan inflamación.
“Parece que, cuando hemos sido abandonados, nuestros cuerpos lo interpretan de la misma manera que si nos hubieran dejado literalmente solos en la sabana: es ese mismo proceso, de nuevo, profundamente evolucionado”.
Se refiere, por supuesto, a esa sabana de nuestros primeros ancestros, en la que si un cazador-recolector estaba aislado tenía más probabilidades de contraer una enfermedad transmisible que de ser atacado por un depredador.
De ahí el sentido evolutivo de esa respuesta inmune: el cuerpo aumenta las defensas para combatir heridas físicas, y reduce otras.
“Es un instinto de supervivencia, porque cuando sentimos que nos han dejado solos, lo interpretamos como que estamos a punto de ser atacados. Así que regulamos ciertos genes”.
Esto podría explicar por qué las personas solitarias tienen un mayor riesgo de demencia, enfermedades cardiovasculares y otras afecciones crónicas, y se estima que un 26% más de probabilidades de morir más jóvenes que sus pares socialmente conectados.
Y podría haber contribuido a que Williams desarrollara una forma autoinmune de diabetes.
Al final
Además de esa fascinante visión de cómo evolucionamos para responder a ese tipo de pérdida y abandono, Williams se enteró de otras formas en las que nuestros cuerpos responden a este tipo específico de dolor.
Una de las cosas más interesantes, cuenta, es que cuando nos enamoramos, las actividad de partes de nuestro cerebro que producen hormonas del estrés aumenta.
Es como si desde el principio se estuviera preparando para el final.
Posiblemente sea para que si nuestra pareja se va o desaparece, la angustia nos motive a ir a buscarla o nos sintamos muy agradecidos cuando regrese.
Algunos investigadores, por otro lado, han analizado el divorcio y el desamor observando el cerebro de personas que están pasando por eso con escáneres para estudiar sus ondas cerebrales.
Una de las científicas a las que Williams consultó fue la antropóloga biológica Helen Fisher, quien en 2011 ella hizo algunos estudios de resonancia magnética, y descubrió que las partes del cerebro activadas están asociadas con la adicción y el anhelo.
Desde entonces, otros investigadores en estudios de resonancia magnética han descubierto que el dolor social del desamor se procesa cerca de partes del cerebro que lidian con el dolor físico, lo que, para Williams, demuestra que el dolor social se toma tan en serio en nuestro cerebro como el dolor físico.
Hablando de dolor físico, “aprendí que hay un tipo literal de corazón roto llamado miocardiopatía de Takotsubo”, le dijo a la BBC.
“Sabemos que las personas que experimentan esto a menudo han pasado por algún tipo de crisis emocional profunda y sienten que están teniendo un ataque al corazón.
“Van a la sala de emergencias y no se ven los signos típicos -como arterias bloqueadas- sino un abombamiento del ventrículo izquierdo, y eso sucede en presencia de grandes cantidades de hormonas del estrés”.
Después del final
Williams descubrió que hay varias otras consecuencias físicas asociadas con el desamor, habló con muchos científicos y examinó innumerables estudios, al tiempo que experimentaba con varias de las estrategias con las que se topaba.
Pero, ¿le pareció terapéutico y catártico explorar lo que sucedía con su cuerpo cuando estaba sintiendo tanto dolor emocional?
“Fue tan perturbador como, de alguna manera, tranquilizador.
“No me gustó escuchar los datos de que las personas que se divorcian corren un riesgo mucho mayor de enfermedades crónicas y de muerte prematura, pero al mismo tiempo, fue reconfortante saber que esta es la forma en que se supone que funcionan los cuerpos humanos, y que muchos de nosotros sufrimos de esta manera”.
Williams no estaba segura, cuando comenzó su investigación, si podría estar entre el estimado 15% de las personas que no se recuperan después de una ruptura importante.
Pero “ahora estoy muy bien”, aseguró.
“Lo genial saber es que, así como estamos programados para experimentar dolor emocional y desamor, también estamos programados para recuperarnos.
“Y lo que me ayudó fue realmente conectarme con los demás, y una forma de hacerlo es ser vulnerables y honestos sobre el sufrimiento que estamos experimentando”.
Para ella, un gran bálsamo fue la naturaleza, pues los antídotos contra la soledad, señaló, no son sólo conectarse con las personas sino con el mundo y la belleza.
“Y finalmente, la tercera pieza realmente es encontrar algún sentido en esa dolorosa experiencia: ¿qué puedes aprender de ella y, mejor aún, puedes encontrar una forma de ayudar a otros cuando están pasando por eso?”.
Con ese propósito escribió “Heartbreak: A Personal and Scientific Journey” (“Desamor: un viaje personal y científico”), en el que describe las diversas sendas por las que la llevó su búsqueda.