Láseres. Eso es lo que necesita el personal del supermercado, insistió Paul McEnroe. Escáneres en las cajas y pequeñas pistolas láser con forma de pistola.
¡Apunta, dispara y vende!
En 1969, se trataba de una visión extravagante del futuro: estos láseres escanearían unas extrañas marcas en blanco y negro en los productos que McEnroe y sus colegas de IBM habían diseñado.
Se entusiasmó y dijo que acelerarían las filas en los supermercados.
La solución se conocería más tarde como código de barras.
En ese momento de la historia, los códigos de barras nunca se habían utilizado comercialmente, aunque la idea llevaba décadas gestándose tras una patente presentada el 20 de octubre de 1949 por un ingeniero que pasó a formar parte del equipo de McEnroe.
Los expertos de IBM estaban tratando de hacer realidad los códigos de barras.
Tenían una visión del futuro en el que los compradores pasarían rápidamente por la caja registradora con láseres que escanearían cada artículo que quisieran comprar.
Pero los abogados de IBM tenían un problema con el futuro.
“De ninguna manera”, dijeron, según cuenta McEnroe, un ingeniero ahora retirado.
Le temían a “un suicidio con láser”.
¿Qué pasaría si la gente se lesionara los ojos intencionalmente con los escáneres y luego demandara a IBM?
¿O si el personal del supermercado se quedara ciego?
No, no, se trataba de un simple rayo láser de medio milivatio, trató de explicar McEnroe. Había 12.000 veces más energía en una bombilla de 60 vatios.
Sus súplicas cayeron en oídos sordos, así que recurrió a un puñado de monos Rhesus importados de África.
Después de que las pruebas en un laboratorio cercano demostraran que la exposición al minúsculo láser no dañaba los ojos de los animales, los abogados cedieron.
Y así fue como el escaneo de códigos de barras se volvió algo común en los supermercados del mundo entero.
Además de los monos, cada miembro humano del equipo de McEnroe en IBM también merece crédito por el Código Universal de Producto (UPC), como se conoció formalmente a su versión del código de barras.
Entre ellos, Joe Woodland, quien ideó el concepto inicial de los códigos de barras décadas antes, después de dibujar líneas en la arena de una playa.
Crucialmente, George Laurer y otros miembros del equipo de IBM tomaron esta propuesta preexistente de estilo código de barras y la desarrollaron hasta convertirla en un rectángulo ordenado de líneas verticales negras que corresponden a un número que puede identificar de manera única cualquier artículo de supermercado imaginable.
La industria de la alimentación adoptó formalmente el UPC en 1973 y el primer producto que lo llevaba fue escaneado en el supermercado Marsh de Ohio en 1974.
A partir de ahí, conquistó el planeta.
Pronto aparecieron otros tipos de códigos de barras y el UPC sentó las bases de los llamados “códigos de barras 2D”, como los códigos QR, que pueden codificar aún más información.
Pero la historia de estas pequeñas marcas en blanco y negro es mucho más alocada y accidentada de lo que uno podría imaginar.
Midiendo el espacio
Incluso se podría argumentar que todo empezó con la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
“Escaneaba cosas para la CIA”, explica McEnroe. “Mapas enormes”.
Fue uno de sus primeros trabajos en IBM, y lo preparó para trabajar en una tecnología completamente nueva, pero relacionada, que revolucionaría la industria minorista.
McEnroe sabía que las filas de pago en las tiendas avanzarían mucho más rápido si el personal pudiera escanear los productos en una computadora en lugar de tener que leer los precios estampados en cada artículo y luego procesar la venta manualmente.
Para ser aceptado, un sistema de escaneo de códigos de este tipo tendría que funcionar todo el tiempo y leer el código correctamente incluso si el producto se pasara por el escáner a velocidades de hasta 2,5 metros por segundo.
El equipo de IBM se puso a trabajar basándose en el diseño patentado por Woodland y su colega, pero con una diferencia importante: el enfoque original se basaba en la lectura del grosor de las líneas negras.
El equipo de IBM descubrió que era más fácil basar el proceso de escaneo no en la medición del grosor de esas líneas verticales, sino en la distancia entre el borde de una línea y el de la contigua.
En decir, el espacio entre las líneas, que era más reflectante y más fácil de detectar por el escáner.
De esa manera, no importaba si la impresora de etiquetas dibujaba líneas más gruesas de lo previsto: el escaneo seguiría funcionando, prácticamente siempre.
La encarnación del mal
McEnroe subraya que el lanzamiento de la tecnología de códigos de barras UPC no estuvo exento de polémica.
“Nuestra primera tienda no llegó a abrir”, recuerda.
Había gente fuera protestando porque los precios ya no se estamparían en cada producto, sino sólo en los estantes donde se colocaban.
Algunos sindicatos de la época pensaban –en definitiva con razón– que la tecnología de escaneo amenazaba puestos de trabajo en los supermercados.
También existía la preocupación de que los códigos de barras pudieran utilizarse para ocultar los precios.
Estas reticencias se disiparon pronto, pero los códigos de barras siempre siguieron inquietando a algunas personas.
Para unos pocos fanáticos, no son nada menos que el mal.
En 2023, Jordan Frith, profesor de comunicación en la Universidad de Clemson en Carolina del Sur, publicó un libro sobre la historia de los códigos de barras.
Durante su investigación, encontró un artículo de 1975 en una publicación llamada Gospel Call que señalaba que los códigos de barras podrían ser “la Marca de la Bestia”, una referencia a una profecía bíblica del Libro del Apocalipsis sobre el fin del mundo.
El pasaje del Nuevo Testamento se refiere a una bestia, a veces interpretada como el Anticristo, que obliga a todas las personas a ser marcadas en la mano derecha o en la frente.
En la profecía, solo aquellos que aceptan tal marca pueden comprar o vender.
El artículo de 1975 indicaba que, con el tiempo, los códigos de barras serían “tatuados con láser” en la frente o el dorso de la mano de todos, listos para ser presentados en las cajas de los supermercados.
Aunque parezca extraña, la idea ha demostrado ser sorprendentemente pegadiza.
Un libro de 1982 titulado The New Money System (“El nuevo sistema monetario”), de la escritora evangélica Mary Stewart Relfe, popularizó aún más la supuesta conexión, afirmando que el número 666 estaba “oculto” entre las líneas de los extremos y del medio de cada código de barras.
De hecho, estas “líneas de protección”, como se las conoce, sirven como punto de referencia para ayudar al escáner láser a identificar el inicio y el final de cada secuencia UPC.
Laurer, del equipo de IBM, considerado coinventor del UPC, insistió más tarde en que no había nada siniestro en esto y que el parecido con el patrón utilizado para codificar el número seis era una coincidencia.
Pero esta extraña teoría todavía se puede encontrar en algunos rincones de internet.
Algunos incluso toman medidas extremas para evitar los códigos de barras, incluidos los miembros de un grupo cristiano ortodoxo ruso conocido como Viejos Creyentes.
Una de ellos, Agafia Lykov, le dijo a los periodistas de la revista Vice en 2013 que los códigos de barras eran “el sello del Anticristo”.
Agregó que si le daban algo con un código de barras, sacaba el contenido y quemaba el paquete.
En 2014, una empresa láctea rusa explicó en su sitio web por qué había una cruz roja impresa sobre los códigos de barras de sus envases de leche.
Como es “bien sabido”, decía la declaración, los códigos de barras son la Marca de la Bestia. La declaración ha sido eliminada.
Distópicos
“Resulta un tanto extraño imaginar a un grupo de ejecutivos de supermercados liderando el camino hacia el apocalipsis”, dice Frith.
Sin embargo, se podría decir que los códigos de barras tienen un dejo distópico.
Para algunos, se han convertido en símbolos del capitalismo en su forma más fría.
También suelen aparecer en secuencias escalofriantes en las películas.
En “Terminator” nos enteramos de que los prisioneros de robots asesinos en un futuro apocalíptico reciben marcas de código de barras en sus brazos para su identificación.
“Esto se graba mediante un escáner láser”, le explica el protagonista Kyle Reese, que viaja en el tiempo, a una aterrorizada Sarah Connor.
“A algunos de nosotros nos mantuvieron con vida para trabajar, cargando cadáveres”.
La marca de código de barras, en este contexto, tiene ecos de los números tatuados en los brazos de los prisioneros de los campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En la vida real, a veces se han usado de forma maliciosa, especialmente cuando se trata de códigos QR, que en lugar de utilizar líneas verticales consisten en constelaciones de pequeños cuadrados blancos y negros en un patrón que se puede leer con las cámaras de los teléfonos inteligentes.
Debido a que, por ejemplo, escanear un código QR con el teléfono puede dirigir el dispositivo a un sitio web malicioso, los piratas informáticos han utilizado códigos QR en ocasiones.
Ubicuos
A pesar de algunos usos nefastos de los códigos de barras y de las afirmaciones extravagantes de que representan la Marca de la Bestia, esta tecnología se utiliza hoy en día en miles de procesos industriales y comerciales en todo el mundo.
Se estima que se escanean unos 10.000 millones de códigos de barras a nivel global todos los días, según GS1, la organización que supervisa los estándares de los códigos UPC y QR.
Y como ayudan a los minoristas realizar un seguimiento de enormes inventarios de productos, permiten operar negocios gigantes con relativamente poco personal.
Erin Temmen, gerente de cuentas de la empresa de etiquetado Electronic Imaging Materials, concuerda.
Su compañía, como otras del sector, produce etiquetas de código de barras que funcionan prácticamente en cualquier entorno.
Esto incluye, por ejemplo, etiquetas resistentes al frío que no se caen de los equipos llenos de nitrógeno líquido y etiquetas resistentes a los productos químicos que conservan el código incluso si se salpican con sustancias nocivas en un laboratorio.
También produce etiquetas de código de barras más reflectantes, para aumentar la distancia de escaneo hasta 14 metros, lo que las hace detectables incluso si un artículo está en lo alto de un estante.
Esa versatilidad es un indicio de la amplia variedad de contextos en los que se utilizan realmente los códigos de barras.
Han ayudado a rastrear el comportamiento y el movimiento de las abejas y los pájaros cantores, han marcado óvulos y embriones en clínicas de fertilidad para evitar confusiones y se han colocado en lápidas para dirigir a los visitantes a los monumentos en línea para los fallecidos.
El ejército estadounidense los utiliza para controlar la asistencia y la formación del personal. Una universidad de Arabia Saudita, para registrar la asistencia de los estudiantes a las clases.
Los códigos de barras han ido al espacio.
En la Estación Espacial Internacional se usan para registrar la ingesta de alimentos y bebidas de los astronautas, así como para identificar sus muestras de sangre, saliva y orina.
En la Tierra, los hospitales utilizan sistemas de códigos de barras para rastrear muestras de sangre, medicamentos y dispositivos médicos como prótesis de cadera.
La identificación asistida por máquina puede ayudar al personal a garantizar que los médicos administren el medicamento correcto al paciente correcto, por ejemplo.
“Hablo con médicos y miembros del personal de los hospitales responsables de la gestión de inventarios y todos ellos afirman que han obtenido beneficios”, afirma la profesora Valentina Lichtner, de la Universidad de Leeds, quien investiga el impacto de los sistemas de seguimiento de códigos de barras en los entornos sanitarios.
Nada de esto habría sido posible sin las líneas trazadas por Woodland en la arena y el trabajo de McEnroe y su equipo en IBM.
Frith cree que la tecnología aparentemente simple del código de barras tradicional probablemente se mantendrá durante mucho tiempo.
A pesar de estar en todas partes, “la mayor prueba de su éxito”, afirma Frith, “es que nunca pensamos en ellos”.
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