Candelita necesita llevarse dos libras de salchichón, más media libra de café para la casa. Mientras tanto, doña Ofelia le pregunta a Fermín, el pulpero, si tiene canfín para el fogón, además de una enjundia de gallina para un dolor que la atormenta…
A unos pocos pasos, ella espera ansiosa el timbrazo del teléfono público (sí, el de las monedas que se colocaban en una ranura) de una llamada de su hija. Doña Jacinta se acerca al mostrador para pedir una docena de rulos y la nieta de doña Ofelia 20 candelas y un boli “de los grandes”. Mientras estas necesidades son solventadas desde la pulpería La Cazuela, allí mismo se transaba la venta de una vaca.
Todos recibieron su mercancía y todos se fueron sin dar ni un peso. ¿Para qué? Si allí mismo Fermín lo que hace es sacar su libreta y a puño y letra apunta los nombres de los compradores y el monto adeudado.
Estas son escenas que representó el grupo de teatro La Cazuela, al describir un pedacito de esa Costa Rica de antaño que vio en sus tradicionales pulperías un lugar de encuentro en los barrios y comunidades, espacios que iban más allá del comercio y que reflejaban lo mejor de la idiosincrasia tica.
La obra de teatro fue punto central de las celebraciones de los 31 años del Museo de Cultura Popular, de la Escuela de Historia de la Universidad Nacional (UNA), que se llevó a cabo el domingo 9 de febrero.
Durante la mañana y la tarde, el Museo, ubicado en Santa Lucía de Barva, en Heredia, tuvo cada uno de sus espacios repletos de familias, personas de todas las edades y procedencias, quienes “sacaron jugo” a una dinámica agenda que incluyó la presentación de la Banda de Conciertos de Heredia, la mascarada, la cimarrona, una presentación de bailes típicos a cargo del grupo Danza Folklórica Colores de Mi Tierra y el tradicional rezo del Niño.
Una de las actividades más destacadas de la jornada fue la exposición del artista visual herediano Arturo Sánchez, con la muestra titulada Tierraíz, que nació a partir de una inquietud y una investigación del autor sobre la relación entre la tierra y el ser humano y las posibilidades plásticas que de ahí se derivan.
“Es una satisfacción cumplir con la misión histórica que dio lugar al Museo de Cultura Popular, allá en 1990, cuando Georgina De Carli, Mayela Solano y tantas personas soñadoras de la UNA sembraron la semilla de este espacio que es para las comunidades y nos permite rescatar las tradiciones de los pueblos. Hoy lo que buscamos es honrar ese trabajo acumulado y procurar que el Museo esté siempre a la altura de lo que significa el sello Universidad Nacional”, manifestó Luis Pablo Orozco, director del MCP y quien no se cansaba, micrófono en mano, de promocionar cada una de las actividades de la agenda, entre el público.
El rector de la UNA, Francisco González, fue más allá e indicó que “la cultura ha fomentado la amalgama de la democracia”, al tiempo que hizo un llamado a promover y visitar estos espacios. “Sin ustedes, esta celebración no sería posible, así que queremos agradecerles su presencia, y decirles que las puertas de este Museo estarán siempre abiertas”.
Ser de “puertas abiertas”, como indicó el rector, es abrir las posibilidades para que emprendedores montaran sus productos en sus stands, para que niños y niñas participaran en juegos tradicionales y para degustar los platillos tradicionales del restaurante La Fonda. “Ha sido una actividad muy bien organizada y muy enriquecedora para retomar nuestra costumbres y tradiciones. Uno queda convidado a seguir asistiendo”, indicó Carmen Álvarez, docente de secundaria y visitante del museo.
Una historia de tradiciones
En una esquina, cerca de la entrada del Museo, estaba la pulpería El Antaño Domingueño, que desde hace ocho meses atiende Rosa María Oviedo. Melcochas, confites de natilla, polvo de frutas azucarado, paletas dulces de “El Chavo” y suspiros eran parte de la oferta de aquel puesto que recibía a clientes interesados en adquirir algunos de estos productos tradicionales. “Recuerdo que de niña yo iba a la pulpería con una bolsa llena de confites y si me salía una melcocha premiada me devolvía de inmediato y esas cosas bonitas ahora ya no se viven”, añoró Oviedo.
Aunque las pulperías sobreviven en el imaginario colectivo, su historia surgió con la llegada de los españoles a América, de acuerdo con información suministrada por el Museo. Se trataba de puntos de encuentro de todas las clases sociales, donde se compartían historias de toda naturaleza.
El origen de la palabra pulpería se remite a los siglos XVI y XVII, en España, donde circulan diversas versiones, algunas de las cuales vinculan el término como el comerciante que vendía pulpos en Galicia (pulpero=pulpería) o de quienes ofrecían pulpas de frutas y que luego ampliaron su catalogo para introducir productos como arroz y leche. No falta también la versión de la capacidad del pulpero para mover sus manos como los tentáculos de un pulpo para dar abasto con los distintos pedidos que le llegaban.
Según datos al 2021, suministrados por el Museo, en Costa Rica había 9.600 pulperías y la mayoría de ellas contaba con al menos dos colaboradores y sus dueños tenían edades entre los 46 y los 55 años. Para el censo nacional de 1927, por ejemplo, el oficio de pulpero estaba entre los 11 más comunes en el país. Dicho de otra manera, uno de cada 92 trabajadores era pulpero.
El ejercicio de este oficio en el país también registra anécdotas relevantes. Por ejemplo, se dice que el presidente Juan Rafael Mora Porras atendía una pulpería los fines de semana, mientras que otros testimonios refieren que la esposa del jefe de Estado Braulio Carrillo atendía uno de estos negocios que estaba en su propia casa.
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Guillermo Solano Gutiérrez