En una pista de hielo en Vladivostok, en el Lejano Oriente de Rusia, Dmitri Afanasyev, de 30 años, entrena con sus compañeros del Soyuz, el equipo local de hockey sobre hielo.
Los jugadores se han quitado las prótesis de sus piernas y están sentados en trineos especialmente diseñados para ellos. Usan sus palos de hockey para propulsarse por la pista.
Dmitri espera ser algún día un campeón de hockey sobre hielo en los Juegos Paralímpicos.
No será fácil. A los equipos rusos se les prohibió participar en los últimos Juegos Paralímpicos debido a la guerra en Ucrania. Y como todos sus compañeros de equipo, Dmitri estuvo en el frente.
“Una mina vino volando hacia mí”, recuerda Dmitri, quien fue movilizado para luchar en Ucrania. “Caí al suelo y podía sentir cómo me ardía la pierna. Miré hacia abajo y todo estaba destrozado. Yo mismo me puse un torniquete y les dije a los chicos que me sacaran de allí”.
“Mi esposa es cirujana. Le envié una foto de mi pierna y ella me respondió: ‘Probablemente te la sierren’. ‘Está bien’, le dije. Tenga una pierna o dos, lo que sea”.
Hileras de tumbas
La ciudad portuaria de Vladivostok se encuentra a más de 6.000 kilómetros de Ucrania y de Moscú. Esto es Asia. La frontera con Corea del Norte está a 128 km. China está a solo 56 km.
Sin embargo, las consecuencias de una guerra distante en Europa son más que visibles aquí.
En un cementerio en una colina con vistas a Vladivostok hay hileras de tumbas de soldados rusos muertos en Ucrania. Además de las cruces cristianas ortodoxas, estandartes militares y banderas rusas marcan cada parcela.
En otra sección del cementerio se encuentra un monumento “a los héroes de la Operación Militar Especial”, la etiqueta oficial con que el Kremlin se sigue refiriendo a su guerra en Ucrania. Aquí hay más tumbas de militares rusos y la estatua de un soldado armado.
“Los soldados viven para siempre”, dice la inscripción.
Bajo las órdenes del presidente Putin, las tropas rusas cruzaron la frontera con Ucrania en febrero de 2022. La invasión a gran escala del país vecino de Rusia fue ampliamente vista como el intento del Kremlin de forzar a Ucrania a volver a la órbita de Moscú.
Más de tres años y medio después, la guerra continúa.

“Por supuesto que estamos preocupados”
A menudo me preguntan en antena qué piensa el pueblo ruso de la guerra en Ucrania, de la confrontación con Occidente y del presidente Putin.
“¿Qué piensan los rusos?” es una pregunta difícil de responder.
A fin de cuentas, Rusia es tan grande y diversa….
El país más extenso del mundo abarca dos continentes y 11 zonas horarias. Algunas partes de Rusia, como Kursk y Bélgorod, limitan con Ucrania.
Otras regiones rusas, como el “krai” de Primorie, donde me encuentro ahora, están muy lejos de los combates. Vladivostok es su centro administrativo.
Este es el lugar más lejano al que he viajado dentro de Rusia desde el inicio de la guerra. Es una oportunidad para evaluar el estado de ánimo en una parte muy diferente del país.
“Por supuesto que estamos preocupados”, me dice Svetlana en un parque de Vladivostok cuando le pregunto sobre Ucrania. “Esto ha venido sucediendo durante años y queremos que termine lo antes posible. Habíamos esperado que la cumbre de Alaska [en la que Donald Trump y Vladímir Putin se reunieron] cambiara algo. No ha sido así”.
“La gente es gente. No importa si son británicos o estadounidenses, japoneses o ucranianos. No sé de dónde viene todo el odio”.
Luego, converso con Ilya, quien afirma que la guerra en Ucrania no ha cambiado fundamentalmente su vida en Rusia.
“Todavía puedes ganarte la vida y sobrevivir aquí”, dice.
“El nivel de vida no está subiendo, pero tampoco está bajando. Aun así, esperamos que las relaciones con otros países mejoren y que nos reincorporemos al espacio global”.

“No podemos hacer nada al respecto”
En el centro de Vladivostok, me detengo a escuchar a una banda que toca en una calle peatonal. No estoy solo. Una gran multitud se ha reunido para disfrutar del concierto de rock improvisado.
Entre canciones, hablo con el cantante principal, un joven músico local que se hace llamar Johnny London.
“¿La gente habla mucho sobre lo que está sucediendo en Ucrania?”, pregunto.
“La gente de mi edad no solemos hablar de esas cosas. No muy a menudo. Me atrevería a decir que nunca hablamos de eso”.
“¿Por qué?”, le pregunto.
“No podemos hacer nada al respecto. Está fuera de nuestras manos, fuera de nuestro alcance. Con suerte, en un par de años, volverá la normalidad”.
“¿Y qué es la normalidad?”
“Sin guerra, supongo. Eso estaría bien”.

Cuando termino de hablar con Johnny London, se me acerca un jubilado llamado Viktor. Me ha reconocido. Me vio en la televisión el año pasado en una conferencia de prensa con Putin.
“Le hiciste una pregunta a Putin, ¿verdad?”, dice Viktor. “Eres de la BBC”.
Viktor es un gran admirador, no de la BBC, sino del presidente Putin. Critica mi “pregunta provocadora” al líder del Kremlin sobre la guerra en Ucrania, defiende el sistema político de Rusia y arremete contra el gobierno de Joe Biden por las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2020.
“Con la ayuda de las papeletas enviadas por correo, Biden prácticamente le robó las elecciones a Trump”, dice Viktor.
“Eso es lo que dice Trump”, señalo.
“No solo él. Putin también lo dice”, replica Viktor.
“Que lo diga Putin no lo convierte en un hecho”, sugiero.
“Cierto”, reconoce Viktor. “Pero eso es lo que piensa nuestra gente”.
Viktor también piensa que Occidente está perdiendo poder e influencia.
“Mira lo que está pasando”, dice Viktor. “Esta semana en China, los líderes de India, China y Rusia se reunieron, y con muchos otros países también. Pero no estaban Trump, ni Gran Bretaña, ni Alemania, ni Francia. India y China solas suman 3.000 millones de personas”.

“Un nuevo orden mundial”
En su camino de regreso desde China, Putin debía hacer una parada en Vladivostok. Si tuviera la oportunidad de hacerle otra pregunta al presidente, Viktor sugiere que debería ser sobre el “nuevo orden mundial”.
La ciudad se ha estado preparando para la visita del líder del Kremlin y su participación en el Foro Económico Oriental. Al costado de la carretera que conduce al lugar, el artista callejero Filipp Dulmachenko ha utilizado 1.800 botes de pintura en aerosol para crear una imagen de lo más inusual. El mural gigantesco representa a Putin con uniforme militar abrazando a un tigre siberiano.
“El tigre de Amur siempre ha sido un símbolo de la vida salvaje”, dice Filipp. “Y Putin es un símbolo de Rusia”.
Me cuenta que cuando era adolescente tuvo problemas con la policía por su arte callejero. Pero el mural de Putin ha sido aprobado oficialmente por las autoridades regionales.
Y para acompañar la imagen, el artista ha pintado con aerosol una frase corta. Una frase que, según Filipp, trata simplemente del amanecer en el Lejano Oriente ruso.
Sin embargo, combinadas con las imágenes de un tigre y de un presidente que cree que está restaurando el poder ruso, las palabras parecen adquirir un significado más profundo:
“El amanecer empieza aquí”.