Cuando los 150 alumnos del internado Mecchai Pattana de Tailandia terminan de comer, hacen una larga fila para usar el lavaplatos y cada uno friega sus cacharros.
Normalmente, dos de los alumnos mayores (un chico y una chica en el momento de la visita de William Kremer para el programa People Fixing the World de la BBC) supervisan que los platos de sus compañeros queden bien lavados.
Según Kremer, los supervisores pueden ser despiadados.
“El chico parece estar haciendo regresar a todos los de su fila para que vuelvan a lavar su plato. Hay algunos alumnos que se ríen, hay otros que se quejan”, explica Kramer, transmitiendo desde una institución educativa en la que las cosas se hacen de manera diferente.
Diferente porque en la Mecchai Pattana, también conocida como escuela Bamboo, son los alumnos los que están a cargo de labores que en otras instituciones estarían reservadas únicamente para los mayores de edad.
“La escuela tiene 10 subcomités, y los alumnos pueden decidir pertenecer a cualquiera que le interese”, señala Kramer, “incluido el comité de disciplina, el de cultivo de verduras, el de admisiones o el de compras”.
“Gente buena y decente”
La escuela Bamboo es obra del activista social y político retirado tailandés Mecchai Viravaidya, a quien se le conoce también como el “rey de los condones” de Tailandia.
Viravaidya se hizo famoso en el país durante la década de los años 70 con sus campañas para promover el uso del preservativo en un país que veía cómo las tasas de natalidad estaban disparadas en medio de la pobreza extrema.
Una nación que, además, veía cómo una naciente epidemia de VIH/sida empezaba a crecer de manera exponencial.
Se dedicó durante años a recorrer las poblaciones más empobrecidas del sudeste asiático haciendo todo tipo de juegos y trucos para que la gente relacionara los condones con la diversión.
Su idea era que, al familiarizar a las personas con los preservativos, éstos se convertirían en un producto más de la canasta de la compra, como la pasta de dientes o el jabón: “Si puedo lograrlo inflándolos o llenándolos de agua, ¡lo haré!”.
Convencido de la importancia de la educación como herramienta del progreso, hace 15 años Viravaidya fundó la escuela Mecchai Pattana con un objetivo claro: “Queremos gente que sepan ser personas buenas, decentes, honestas, dispuestas a compartir y que sepan solucionar problemas“.
Y agrega: “Yo creo que las escuelas no están haciendo lo que deberían estar haciendo para producir gente buena y decente: no es suficiente que sean capaces de leer y escribir, que pasen exámenes, que se ganen doctorados”.
Todavía a sus 83 años de edad, Viravaidya está íntimamente involucrado con la escuela y, a través de una organización de beneficencia, le provee los fondos necesarios para poder funcionar.
Cambiando el sistema
“Esta escuela logra ser bastante convencional en algunas cosas, pero absolutamente radical en otras”, explica William Kremer, el reportero de la BBC.
“Por ejemplo, la escuela sigue el currículo nacional de Tailandia y todos los graduados hacen los exámenes nacionales. Al mismo tiempo, cada alumno tiene que cumplir con 2 horas de servicio comunitario a la semana“.
Esta idea de servicio a la comunidad es una parte tan fundamental de la escuela Bamboo, que si un estudiante es aceptado en la institución, el pago que sus padres deben hacer no será monetario; en cambio, la institución requerirá que los asistentes cumplan con 400 horas de servicio comunitario y siembren 400 árboles cada año.
Pero la idea que, sin duda, resulta más radical es aquella de que los estudiantes “manejen” su propia escuela, comenta Kremer.
“Podrías pensar que pedirles a los niños que administren una escuela es casi como pedirles a los convictos que administren una cárcel: el caos eventualmente tendrá que llegar”.
“Pero la escuela Bamboo es lo opuesto al caos. Es un lugar muy calmado y ordenado donde los estudiantes son juiciosos y generalmente alcanzan la universidad. Y su arma secreta es el poder de esa poco apreciada entidad: el subcomité”.
Cada uno de los 10 subcomités que conforman los alumnos toma decisiones con respecto a las distintas responsabilidades que el manejo de la escuela exige, incluyendo temas tan fundamentales como la disciplina de los otros alumnos, definir el presupuesto o decidir quiénes son aceptados en la institución.
Y aunque todas las decisiones de los subcomités deberán pasar por la aprobación de las directivas del colegio, lo importante es darles voz a los alumnos en los temas que los afectan directamente, como la calidad de los profesores o los servicios que presta la institución.
“O si no sería como ir a un restaurante y no tener voz con respecto a la calidad de la comida”, explica Viravaidya.
Un “tour” por los comités
Para entender el funcionamiento de los subcomités, Kremer empezó entrevistando a una alumna de 17 años, miembro del subcomité de auditorías.
Su trabajo es el de revisar cuidadosamente las compras hechas por los miembros del subcomité de compras -un grupo de alumnos que, acompañado por un miembro administrativo de la escuela y un conductor, compra la comida de los 150 alumnos del internado- luego de que se descarga el camión.
La joven estaba revisando la lista de precios cuando le dijo a Kremer lo que esta labor le enseña: “Siempre me interesó la contaduría, así que me emocioné cuando me tocó llegar a hacerlo de verdad con las cosas que la escuela realmente está comprando”.
“En la escuela anterior era solo clases y a la casa, aquí tengo la oportunidad de obtener experiencia real y puedo mejorar mis habilidades de liderazgo con mis amigos, es increíble”.
Otro subcomité interesante es el de admisiones, encargado de definir si los nuevos alumnos y los nuevos profesores se adaptan al espíritu de la escuela Bamboo.
Kremer, además, pudo asistir a la entrevista que llevó a cabo este grupo de alumnos -junto a dos profesores- para considerar el ingreso de un chico de 15 años al colegio Bamboo.
“Los estudiantes se turnaron las preguntas en una atmósfera cálida y alentadora. Cada panel de admisiones consiste en seis alumnos y dos maestros. Todas las opiniones se tratan igual“, aseguró Kremer, luego de ver que al chico le habían ofrecido un puesto en el colegio.
Al entrevistar a uno de los miembros del comité encargado de la entrevista de admisión, el estudiante le explicó a Kremer qué le había llamado la atención del candidato.
“El estudiante está postulando para entrar al octavo grado. Sus padres trabajan en la fábrica y viven en una vivienda que la fábrica provee. Por esto no ha tenido la oportunidad de aprender sobre el mundo exterior y conocer gente nueva”, indicó.
“Por eso quiere estudiar aquí. Estamos impresionados por su motivación para aprender, mejorarse a sí mismo y experimentar cosas nuevas”.
Ayudando a muchos
Como la escuela Bamboo no cobra dinero para ingresar, muchos de los internos vienen de familias de escasos recursos.
Incluso, como lo pudo comprobar Kremer, la escuela Bamboo recibe alumnos que pueden considerarse “sin nacionalidad”, como es el caso de Kim.
Kim pasó gran parte de su niñez en orfanatos, luego de que sus padres -nacionales de Myanmar y Camboya- la hubieran abandonado cuando era bebé.
La nacionalidad de sus padres le impide ser registrada como ciudadana tailandesa.
“Siempre me sentí muy diferente, creía que mis amigos eran mejores que yo porque eran ciudadanos tailandeses y yo no. Aquí ya no me siento así, me han hecho sentir bienvenida.
“Desde que estoy aquí ya no me preocupo por haberme expuesto a tantas cosas. He aprendido nuevas habilidades de vida y de carrera. He aprendido a socializar y todo lo que alguna vez necesitaré”.
Su trabajo, el de supervisar el intercambio de dinero por cupones, comprar provisiones y revisar existencias, le ha hecho pensar en la posibilidad de cultivar y exportar frutas cuando se gradúe.
“Me conozco a mí misma mucho mejor, yo antes era muy tímida, pero después de las actividades que he hecho acá me he dado cuenta de que también puedo ser muy confiada y extrovertida”.
Democracia y jerarquías
Las decisiones que toman los subcomités, en últimas, deben ser aprobadas por el Consejo Estudiantil y, por supuesto, por las directivas de la escuela.
Pero son decisiones serias: el comité ha acordado castigos tan severos como sacar a estudiantes de algún subcomité, la suspensión temporal de alumnos de la escuela o, incluso, la expulsión de algunos compañeros.
Y es aquí donde los alumnos reconocen sus limitaciones.
Kremer habló con el presidente del Consejo Estudiantil, quien le dijo que se han tenido que asesorar en algunas de las decisiones más polémicas: “A veces tenemos que hablar con los maestros porque tienen más experiencia que nosotros y son mayores y han aprendido mucho de sus vidas en el pasado”.
El periodista expuso: “La alegoría que me hicieron en varias ocasiones es que el colegio funciona casi como las dos cámaras de una legislatura: en Reino Unido tenemos la Cámara de los Comunes y la Cámara de los Lores, en EE.UU. la Cámara de Representantes y el Senado.
“Entonces, son los alumnos los que toman las decisiones y queda en manos de la administración de la escuela hacer cumplir las decisiones, y puede rehusarse a hacerlo“.
A lo mejor es ese sentido de responsabilidad por algo que es propio lo que motiva e impulsa a los alumnos de la escuela Bamboo. O, según dijo el presidente del Consejo Estudiantil, puede ser la idea de que a través del trabajo se puede ser mejor persona.
“Yo fui un niño problemático”, le dijo a Kremer el joven de 18 años, “pero cuando llegué a esta escuela empecé a cambiar mi mente”.
“Hay veces que no podemos salir a pasarla bien todo el tiempo. A veces, hay trabajo que hacer”.
* Esta historia es una adaptación de un episodio del programa People Fixing the World de la BBC, que puedes escuchar en su inglés original aquí.
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