La elección de un nuevo papa es un evento de gran relevancia para la Iglesia Católica y sus fieles. En los últimos tiempos, los cónclaves han mostrado una tendencia hacia decisiones rápidas y consensuadas.
Los llamados “príncipes de la Iglesia” necesitaron dos días para elegir al nuevo papa, al igual que en 2005, cuando escogieron a Benedicto XVI, y en 2013, con Francisco.
El pontífice argentino, fallecido el 21 de abril a los 88 años, encabezó la Iglesia por 12 años con un pontificado reformista enfocado en los pobres y los migrantes, pero fue blanco de críticas entre los sectores más conservadores, que apuestan ahora por un cambio más enfocado en la doctrina.
Su sucesor enfrentará numerosos desafíos internos, como la pederastia en la Iglesia, la crisis de vocaciones y el papel de las mujeres, y externos, como los conflictos, el auge de gobiernos populistas y la crisis climática.
Su nombre surgió del mayor y más internacional cónclave de la Historia de la Iglesia, que reunió en la Capilla Sixtina a 133 cardenales electores procedentes de cinco continentes y unos 70 países.
Aunque los detalles de la elección permanecerán en secreto, salvo que el nuevo papa decida lo contrario, lo único seguro es que obtuvo al menos dos tercios de los votos para ser elegido.
Factores que influyen en la rapidez
La duración de los cónclaves modernos se ha reducido gracias a reformas que permiten hasta cuatro votaciones diarias. Además, la preparación previa y el consenso entre los cardenales contribuyen a elecciones más ágiles.
Este patrón de cónclaves breves sugiere una Iglesia que busca estabilidad y continuidad en su liderazgo, respondiendo eficazmente a los desafíos contemporáneos.